En el mundo existen dos regiones, las palabras y las cosas: por un lado, están las cosas; y por otro, lo que decimos de ellas. Normalmente se diría, a partir de las teorías tradicionales de la filosofía y de la ciencia, que la correspondencia entre ambas regiones depende de la eficiencia del lenguaje para describir las cosas. En este caso, las palabras intervienen como mediadoras, son herramientas que el hombre tiene a disposición para representar de una manera exacta al mundo, como si éstas fueran un espejo de la realidad; y por su parte, las cosas son aquello que siempre antecede al lenguaje, éstas posibilitan que se genere un saber sobre la realidad. No obstante, en 1970, Michel Foucault cuestiona esta manera tradicional de percibir la realidad, cuando examina detalladamente, mediante un método que llama arqueología, los quiebres, las discontinuidades y las positividades discursivas que se encuentran en el orden del saber de los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX (específicamente de la economía, biología y lingüística)[1].
Para Foucault, existe un quiebre entre las palabras y las cosas, es decir, una brecha que posibilita que el saber se configure históricamente de distintas maneras. El saber de la época clásica es muy distinto al saber de la época moderna; cada uno obedece a un dominio discursivo constituido por distintos objetos que nombrar; espacios para que los sujetos puedan hablar de los objetos; campos de coordinación y subordinación de enunciados; y posibilidades de utilización y apropiación ofrecidas por el discurso. (Foucault, 1972). Por ejemplo, el objeto de la historia natural de la época clásica es diferente al de la biología moderna; en la primera se construyeron los seres vivos y en la segunda la vida, esto debido a que los discursos clásicos se configuraron a partir de la “representación” mientras que los modernos se edificaron por la aparición de la figura epistémica del “hombre” (Foucault, 1970).
En este sentido, el saber no es independiente; más bien, éste se edifica a partir de una serie de prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias; y eventualmente a unos sistemas formalizados (Foucault, 1972); y viceversa: las prácticas discursivas no se configuran a partir de una verdad trascendental: sujeto fundador, experiencia originaria o mediación universal; lo que existe es una voluntad de verdad (Foucault, 1973), es decir, una espíteme que configura la red subterránea encargada de organizar el pensamiento y limitar la totalidad de la experiencia, el saber y la verdad (Horrocks y Jevtics, 1997). Los discursos no pueden definirse sin formar parte de un saber.
La arqueología de Michel Foucault muestra un camino distinto de entender la relación entre las palabras y las cosas, un camino que metodológicamente permite describir y analizar las bifurcaciones del saber: de ahora en adelante la cuestión se encamina en realizar una excavación de sedimentos de pensamiento inconscientemente organizados (Horrocks y Jevtic, 1997), al estudiar y analizar las condiciones y los elementos que posibilitan y limitan la aparición de ciertos discursos o prácticas discursivas dentro de un saber. La arqueología ignora a los individuos y sus historias, prefiere excavar estructuras impersonales (ibíd.).
Luis Jaime González Gil
Referencias
Foucault, M. (1970). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Buenos Aires: Siglo XXI.
Foucault, M. (1972). La arqueología del saber. Londres: Tavistock Publications.
Foucault, M. (1973). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
Horrocks, C. y Jevtic, Z. (1997). Introducing Foucault. Royston: Icon Books, Ltd.