La inexistencia del testigo modesto. Una mirada crítica al conocimiento científico 

En algún punto perdido del universo, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento.

En algún punto perdido del universo, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal (Nietzsche, 1873). 

La verdad enmudece; interrumpe cualquier debate. De modo que la ciencia, esa que se ha apropiado de “la verdad”, describe al mundo tal y como es, y no hay manera de argumentar lo contrario. El científico, esa criatura que trabaja en los laboratorios, es un ser que posee las herramientas necesarias para conocer la realidad de manera objetiva; o en palabras de Haraway (1997), es un testigo modesto, un ventrílocuo legítimo autorizado del mundo de los objetos, que no agrega nada de sus propias opiniones y de su influenciante corporeidad. Por alguna razón las personas que se dedican a las ciencias hablan en tercera persona: para que se distinga que el que está hablando es la misma realidad; y no ellos. 

No obstante, últimamente la hegemonía del pensamiento científico ha ido decayendo, o por lo menos, deteriorándose. El hombre está muriendo diría Foucault (1970). Pero no el hombre en relación a la naturaleza humana, sino a la disposición epistemológica que permite posicionar a un individuo como sujeto del conocimiento, como un elemento invisible en la construcción del conocimiento científico [1]. 

De hecho, según Foucault (1984), son las condiciones políticas y económicas de existencia las que permiten que se formen los sujetos del conocimiento.Los laboratorios, a pesar de pretender ser objetivos, producen un saber a partir de las circunstancias sociales, políticas y económicas que acontecen en las comunidades científicas. No hay nada científico dentro de los laboratorios, el hecho científico más que ser una entidad objetiva, es un producto de varios colectivos (Latour, 1983). No es ninguna coincidencia que el saber generado en estos lugares, esté permeado de intereses androcéntricos que, al excluir a grupos subyugados de la producción del conocimiento (mujeres), reproducen las relaciones de poder existentes (Haraway, 1991). 

Con todo esto en mente, hay que quitarse de la cabeza que existe un sujeto poseedor del conocimiento, y a la vez, que la ciencia es la empresa del saber objetivo y razonable. En realidad, el conocimiento es verdadero cuando se encuentra dentro de la disposición epistemológica actual: tanto la ciencia como el científico son un producto de la figura epistémica denominada “hombre”; si ésta llega a desvanecerse muy probablemente la capacidad del científico de jugar un papel invisible en los laboratorios también lo haga. 

Notas 

[1] “La muerte del hombre no se refiere a la naturaleza humana como tal, sino a la disposición epistemológica que explica tanto su aparición, como otras tantas cosas del saber, y su posible desaparición, como tantas otras más” (Bárcenas, 2007, s/p). 

Luis Jaime González Gil 

Email: luisjaime@antropomedia.com 

Referencias 

Bárcenas, I. (2007). El hombre como pliegue del saber: Foucault y su crítica al humanismo. Ciencia Ergo Sum. Universidad Autónoma del Estado en México. 14, 001 (p. 27 – 37). 

Foucault, M. (1970). Las palabras y las cosas: Una arqueología del saber. México: Siglo XXI. 

Foucault, M. (1984). La verdad y las formas jurídicas. Barcelona: Gedisa. 

Haraway, D. (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Cátedra: Madrid. 

Haraway, D. (1997). Testigo _ Modesto@ Segundo _ Milenio. HombreHembra © _ Conoce _ Oncorratón ®. Feminismo y tecnociencia. London: Routledge. 

Latour, B. (1983). Dadme un laboratorio y moveré el mundo. En K.Knorr-Cetina and M.Mulkay (Eds.) Science Observed: Perspectives on the Social Study of Science. London: Sage. 

Nietzsche, F. (1873). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Tecnos. 

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