Hace unos días, se me vino a la mente ese término tan utilizado para explicar las desigualdades que se generan en las sociedades. Y sí, estoy hablando del “poder”, esa palabra tan degastada con la que diversos autores explican un conjunto de formas de constreñir la acción del ser humano. De modo que, conforme pasaron los minutos, llegué a la conclusión de que este concepto tradicionalmente se utiliza cuando se describe a una persona u organismo que, al estar dotada de ciertas facultades y herramientas, tiene la libertad de controlar, influir y modificar lo que está a su alrededor. Más allá de las diferencias en las definiciones hegemónicas, la concepción del poder se sustenta a partir de que puede representar la desigualdad: el soberano tiene la facultad de gobernar al pueblo, ya que se distingue por ciertas características que posibilitan su reinado (posición, estatus, instrumentos, relaciones, entre otros).
En contraparte con esta idea, Michel Foucault (1977), argumenta que el análisis del poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; más bien éstas son sus formas terminales. El poder no se genera a partir de una opción o decisión individual, sino de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias. El rey no es rey por poseer o retener un poder, sino gracias a una serie de encadenamientos y propagaciones que encuentran sus apoyos y su condición en otras partes (instituciones, organizaciones, entre otros).
Por su parte, Michel de Certeau (1999), interroga la propuesta de Foucault, proponiendo que más que analizar los dispositivos y mecanismos que reorganizan subrepticiamente el funcionamiento del poder (la microfísica del poder); el estudio se debe enfocar en las maneras en que las personas juegan, desacreditan y modifican estos dispositivos de vigilancia. Pero, ¿de qué manera se pueden analizar estás formas de redireccionar el orden establecido?
En lo cotidiano diría el autor; o mejor dicho, en las prácticas cotidianas que redireccionan las estrategias de poder mediante una serie de tácticas. Si bien el poder se inscribe a partir de la estrategia (el cálculo de las relaciones de fuerzas que se hace posible desde que un sujeto de poder resulta aislable en un lugar); la táctica (la acción calculada que no cuenta con un lugar propio ya que se conforma al jugar con los acontecimientos) permite que el dominado juegue discretamente con la estrategia para redirigirla hacia sus intereses. Por ejemplo, si hablamos del consumo, una cosa sería el contenido que se genera en los comerciales televisivos (estrategia); y otra el significado o uso que el hombre ordinario le otorga a ese contenido (táctica). En todo momento, los televidentes -a partir de las tácticas- participan activamente en el proceso de comunicación cuando resignifican sigilosamente lo que se les muestra en el marco televisivo.
En este sentido, tanto Michel Foucault como Michel De Certeau nos muestran una nueva forma de entender las desigualdades (en términos relacionales). La apuesta es que entendamos que las relaciones de poder dependen de una dinámica en la que participan las micro/fuerzas generadas por los dispositivos estratégicos y las micro/resistencias que surgen en las prácticas cotidianas. Al final, como diría Foucault (1977), donde hay poder hay resistencia, ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder.
Luis Jaime González Gil
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
De Certeau, M. (1999). La invención de lo cotidiano: artes de Hacer. México: Universidad Ibeoamericana.
Foucault, M. (1977). La historia de la sexualidad: la voluntad del saber. Madrid: Siglo XXI.
Palabras claves
Foucault, De Certeau, Poder, cotidianeidad.