Soñamos narrando, nos ensoñamos narrando, recordamos, anticipamos, esperamos, desesperamos, creemos, dudamos, planeamos, revisamos, criticamos, construimos, charlamos, aprendemos, odiamos y amamos a través de la narración (Hardy, 1968 en Gergen, 1996)
Si uno está de acuerdo con la cita anterior, es muy probable que coincida con la siguiente idea: la vida de un sujeto es una narración. La verdad es que las personas constantemente recurren a la narración para dar existencia a los acontecimientos que se suscitan día a día, o minuto a minuto si se quiere ser más preciso. De hecho, es a partir de la comunicación que las circunstancias pasan de ser “meros hechos” a ser parte de la vida cotidiana. Sólo hay que pensarlo: cuando uno cuenta lo que le pasó en el trabajo a sus amigos, o cuando uno le narra al psicólogo los problemas que tiene con su pareja, e incluso cuando uno recuerda los temas que se impartieron en la universidad, lo que en verdad está haciendo es dar existencia a esas acciones o hechos comprendiéndolas y situándolas en un contexto de acontecimientos precedentes y consecuentes (Gergen, 1996).
Por lo tanto, la comprensión del hecho, y de las personas que se encuentran alrededor de éste, dependerá del modo en que se cuente la historia. El relato no expresa una práctica, no se limita a expresar un movimiento, lo hace (De Certeau, 1999). El acto de narrar construye realidades, lo que implica que la forma y fondo del cuento determinen la vida que está trazando. Es decir, si el narrador agrega suspenso a la historia está configurando una versión de los sucesos en un estado de tensión, y por otro lado, si le atribuye ciertas características negativas a un personaje lo está construyendo como un ser malvado, de modo que la identidad es, por consiguiente, no un suceso repentino y misterioso, sino un resultado sensible de un relato vital.
Como dirían Cabruja, Iñiguez y Vázquez (2000), los individuos construyen la subjetividad, la objetividad, la realidad y la ficción mediante el uso que hacen de las narraciones. El significado del mundo no tiene una forma ya otorgada por el orden de las cosas o la misma naturaleza (como si éste fuera una representación exacta de las cosas). Más bien al describir los acontecimientos, los narradores van significando los objetos, los sujetos, el espacio y el tiempo de una determinada manera. Hay que pensar que las personas son los autores de un libro, y su vida es la historia que se escribe todos los días.
Sin embargo, vale decir que no todo es tan sencillo. Uno no puede contar las historias como se le dé la gana, antes que nada éstas deben satisfacer ciertos requisitos para ser aceptadas por nuestros interlocutores para ser merecedoras de crédito y resultar legitimas, concebibles e inteligibles”. (Cabruja, et al., 2000). Las historias se aprenden a relatar siguiendo los parámetros o requisitos culturales [1], se tienen que contar bien, lo que obviamente limita la forma de construir y significar los acontecimientos: si uno quiere relatar lo que aconteció ayer inteligiblemente, debe establecer un punto final apreciado, seleccionar los acontecimientos relevantes para el punto final, debe llevar una disposición ordenada, y debe tener signos de demarcación que indique el principio y el final de un relato (Gergen, 1996).
En fin, hay que considerar la relevancia de la narración para construir vidas, y por ende, identidades. Sin embargo, esto no quiere decir que el narrador actúa autoritariamente sobre la audiencia, ni mucho menos que la narración se configura individualmente. En rigor, las personas constituyen su identidad (y el mismo mundo en el que se encuentra) a partir de la manera en que relatan el pasado con los demás. De tal manera, como diría Bruner (1998), los yoes no son núcleos aislados de conciencia encerrados en nuestras cabezas, sino que son el resultado de un proceso de construcción de significados en el que participan tanto el narrador como los espectadores. Al fin y al cabo, las narraciones no dependen del individuo que las describe, se construyen colectivamente [1].
Luis Jaime González Gil.
Email:luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Bruner, J. (1998). Actos de significado: más allá de la revolución cognitiva. Madrid: Alianza.
Cabruja, T.; Íñiguez, L.; Vázquez, F. (2000) Cómo construimos el mundo: relativismo, espacios de relación y narratividad. Anàlisi, 25, 61-81.
De Certeau, M. (1999). La invención de lo cotidiano: artes de Hacer. México: Universidad Ibeoamericana.
Gergen, K. (1996). Realidades y Relaciones: una aproximación al construccionismo social. Barcelona: Paidós.
Notas
[1] Normalmente cuando alguien narra un hecho pasado, las personas que lo están escuchando formulan preguntas sobre esos acontecimientos, lo que produce que la personas resignifique su historia, y por ende, que se altere el orden de ésta.
Palabras clave
Narración, Gergen, Bruner, De Certeau.