Pensemos lo siguiente. Hoy en día, ¿cuántas alumnas por año se inscriben a ingeniería?, ¿quiénes son los usuarios de los video-juegos por excelencia?, ¿cuál es el porcentaje de científicas en la sociedad?, ¿cuántas mujeres se dedican a brindar soporte técnico?, ¿cuál es el porcentaje de mujeres que navegan en Internet? Si uno contesta estas preguntas podrá darse cuenta que los hombres se relacionan más con la ciencia y la tecnología que las mujeres. Sin embargo, ¿cuál es la razón por la que esto sucede? Creo que es pertinente volver al pasado para vislumbrar algunos acontecimientos que contribuyen directamente a esta situación.
Aunque sea difícil de creer, en el siglo XV, Boyle, padre de la química y del tipo de vida experimental, expulsó e ignoró a las mujeres de su laboratorio. Según Potter, en Haraway (1997), en los experimentos con la bomba de vacío, en la que pájaros pequeños eran asfixiados por la evacuación del aire de la cámara en la que estaban encerrados, hubo una demostración con la asistencia de las mujeres de la alta sociedad. Sin embargo, en el transcurso del experimento, aconteció un pequeño percance: las damas interrumpieron pidiendo que se soltara el aire para rescatar a los pájaros, por lo que fueron expulsadas. Al final, fueron los hombres los que se reunieron para dar testimonio de los resultados. Los nombres de las mujeres nunca fueron apuntados en la lista de quienes atestiguaban la veracidad de los informes experimentales.
De tal modo hubo una exclusión y marginalización de la mujer en el espacio científico. Los laboratorios se configuraron como espacios privados en donde numerosos científicos (nótese el género masculino) descubrían la verdad de las cosas. La última en ingresar a estos lugares fue Margaret Cavendish. Cuenta Haraway que la duquesa de Newcastle solicitó permiso para visitar una sesión de trabajo de la sociedad científica. Evento que causó una revuelta entre los líderes de la sociedad pero que finalmente, por no faltarle al respeto, éstos accedieron a sus requerimientos organizándole visitas a las demostraciones científicas. Sin embargo, las visitas no se repitieron hasta 1945, año en que las primeras mujeres fueron admitidas a la Real Sociedad para el Avance de la Ciencia Natural (fueron casi trescientos años de ausencia).
En este sentido, es importante que seamos conscientes que desde sus inicios el ámbito científico-tecnológico se ha configurado desde una mirada androcéntrica que excluye, o en el menor de los casos, dificulta el acceso a la tecnología al género femenino. En realidad, dentro de la ciencia, la tecnología, y ahora el Internet, existe una lógica dualista que sostiene esta dinámica de exclusión (razón masculina vs. emoción femenina). Culturalmente la racionalidad se ha asociado al hombre mientras que la afectividad (o las emociones) se ha vinculado a las mujeres. De tal modo, si la ciencia busca la racionalidad, esa que trata de invisibilizar las emociones, resulta obvio que la mujer sea considerada un ser inherentemente emocional que debe ser expulsado de los laboratorios para conseguir la objetividad. Tal cual como los científicos reprimen sus emociones cuando están realizado un experimento.
Sin embargo, creo que esto puede cambiar. Propongo que debemos deconstruir u olvidar los postulados de la ciencia actual occidental que pregonan tal separación: la racionalidad, la objetividad y el progreso. Creo firmemente que tanto las mujeres como los hombres son capaces de relacionarse con la tecnología de la misma manera, ambos somos seres racionales y emocionales. Más que intentar alcanzar una objetividad totalizadora, ahora se trata de lograr una objetividad parcial, solamente esta perspectiva promete una visión objetiva ya que al asumir y describir nuestra posición estamos reconociendo que todos los ojos, incluidos los nuestros, son sistemas perceptivos activos que construyen traducciones y maneras especificas de ver, es decir, formas de vida (Haraway, 1991).
Luis Jaime González Gil
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Haraway, D. (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.
Haraway, D. (1997). Testigo _ Modesto@ Segundo _ Milenio.HombreHembra © _ Conoce _ Oncorratón ®. Feminismo y tecnociencia. London: Routledge.