En este mundo que lamentablemente ha perdido su capacidad de asombrarnos, existe una propiedad que se separa de las demás por sus características inherentes; a veces ésta es nombrada como cualidad, de repente algunas personas la denominan “invento u obra maestra”, y últimamente demasiadas personas la confunden con la creatividad: por eso los diseñadores todo el tiempo están reproduciendo la misma frase o discurso en sus proyectos, “el diseño debe ser creativo”, “hay que pensar creativamente”, o la mejor de todas, “somos una empresa que nos caracterizamos por nuestra creatividad inminente”. Terrible confusión, ya que lo que en realidad queremos decir cuando deseamos sorprender a los demás es que nuestra creación es original, es decir, que es única, y por lo tanto, nadie más la tiene. Sólo mezclemos las palabras anteriores: ¿qué puede ser una cualidad o invento creativo? R= La originalidad, que según la RAE proviene del latín originalis, y en castellano significa perteneciente o relativo al origen.
De tal forma, en la actualidad las cosas que tienen más valor son originales, únicas por sí mismas, como si su esencia estuviera cubierta de oro recién pulido, tan brilloso e irradiante que es difícil no caer en la tentación de asombrarse y desearlo. Sin embargo, hago una pequeña pausa, y pregunto, ¿cuándo algo es original? En respuesta a esto, algunos podrán decirme que la originalidad tiene que ver con la individualidad, de ahí que un elemento se convierte en original cuando no toma de referencia nada de lo que está a su alrededor. Otros, lo más seguro es que argumentarán que ésta se relaciona con la temporalidad: para que algo sea original necesita irrumpir con la realidad, salir de la nada, tal cual como la caricatura que nos plantean de Newton cuando descubrió la ley de la gravitación; de repente, una manzana le golpeó la cabeza, y por arte de magia, escupió frenéticamente una ecuación que configuró todo el saber de la Física. No obstante, en esta ocasión no coincido con estas ideas ya que creo que lo original nunca surge de la nada, ni mucho menos que se construye individualmente.
Para mí, todo elemento novedoso siempre nace de un continuo debate, y por ende, es en sí un producto relacional, un remix. Por ejemplo, los libros de un autor le deben su estructura a las formas convencionales de escritura, y la vez, como bien dice Foucault (1973), el contenido se lo deben a una serie de procedimientos que ordenan el discurso para conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad. Asimismo, podemos decir que las ideas que están impresas en las hojas de un libro son de carácter histórico-social, de modo que el autor por sí sólo no existe, éste construye sus argumentos de lo que ha ido aprendiendo y escuchando a lo largo de su vida, e incluso a partir de una idea anterior a la existencia del autor, como si el pensamiento no comenzara cuando uno nace, ya tiene miles de años conformándose. En pocas palabras, el autor es el medio de producción, transformación y difusión de la idea; mas no su creador.
Por otro lado, los resultados tecnológicos de los laboratorios no son verdades absolutas y esenciales, no son el resultante de un proceso lineal sin interrupciones, sino que se generan a partir del constante debate entre científicos (Latour, 1995). Tanto las computadoras como los móviles tienen determinadas funciones y formas gracias al trabajo de un grupo de personas con batas blancas elegantes que se pusieron a discutir sobre el tema. Al final, fue en el diálogo donde se establecieron estas decisiones, no en un acontecimiento único y espontáneo.
La originalidad por sí sola no existe, ésta es el resultado de un proceso relacional, un remix en donde varias ideas antiguas se mezclan para generar un ente nuevo. De manera que si queremos definir mejor nuestras creaciones, es importante que abandonemos la idea obsesiva que plantea que las cosas, las ideas, y los proyectos son originales porque son únicos, espontáneos e individuales. Ahora pensemos que para que algo sea original depende de que exista un pasado distinto, es en la relación presente-pasado donde una unidad se configura como asombrosa, no en el objeto por sí mismo. Ya no se trata de buscar el origen de las cosas, más bien se trata de rastrear los elementos que permiten que digamos que algo es original.
Luis Jaime González Gil
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Foucault, M. (1973). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
Gergen, K. (1996). Realidades y Relaciones: Una aproximación al construccionismo social. Barcelona: Paidós.
Latour, B. & Woolgar, S. (1995). La vida en el laboratorio: la construcción de los hechos científicos. Madrid: Alianza.