El mar ha cedido, se ha evaporado dejando otra configuración cibernética. Las islas, ésas que denominamos como páginas web, han dejado de ser estáticas e inquebrantables. Internet ha evolucionado, y no es que sea mejor ni peor [1], pero la verdad es que la manera en que los individuos interactúan en las redes es muy distinta a aquellos días en los noventas, cuando se decía que éstos navegaban en Internet, tal cual como los piraras cuando navegaron por los siete mares en busca de tesoros.
Ha llegado la hora de comprender la red en otros términos. Las metáforas, sumamente explotadas, que se refieren a Internet en términos de navegación o de circulación han caducado, han perdido su vigencia. La web ya no es un conjunto de archivos depositados a los que se debe de llegar. No, ahora los usuarios no sólo visitan las páginas, sino que también participan en la construcción de éstas, es decir, tienen la capacidad de gestionar, producir, publicar y organizar la información que se encuentra colgada, una tarea que hasta ahora estaba reservada a los expertos en informática (Pisani & Piotet, 2009).
La pasividad se ha perdido lo que genera una transformación en la participación cibernética. El usuario (o internauta) ha evolucionado a un ser distinto que, no contento con colgar y leer información, participa en la construcción de ésta. Irrupción del webactor: un ser que ya no sólo utiliza internet, sino que le da forma a partir del contenido que genera y su capacidad para organizarlo. En suma, parafraseando a Pisani & Piotet (2009), en la Web 2.0 las personas son consumidoras/creadoras, lectoras/escritoras, oyentes/locutoras y espectadoras/productoras; de modo que éstas se manejan en dos lógicas de participación: la pasiva y la activa.
Internet se ha convertido en una dinámica relacional tecnológica que está afectando al establecimiento de relaciones entre personas, grupos y datos. Sólo hay que pensarlo, desde el surgimiento de programas como Cragilist, Wikipedia, Facebook, MySpace, Youtube, entre otros, la información que se encuentra ya no es creada sólo por expertos o dueños de dominios web; ahora son los mismos webactores los que generan este contenido. En específico, si uno revisa Facebook, se dará cuenta que toda la información que aparece está escrita por los sujetos que abrieron las cuentas, o en dado caso, por los amigos (en términos de Facebook) que por convicción propia redactaron una nota en los muros de los perfiles. Al igual, si pensamos en Wikipedia, se puede afirmar que toda la información que se encuentra es el producto del interés y esfuerzo colectivo de los individuos que visitan la página.
Como lo dirían Pisani & Piotet, allá en el 2009, hemos pasado de una primera generación de sitios estáticos a otra más dinámica que invita a la participación de las personas. Ya no se trata de un mar lleno de islas de paso, ya no se trata de una autopista que nos lleva a ciudades ya establecidas; en la actualidad, Internet es más como una plataforma en la que los webactores, además de circular o navegar, modifican, gestionan, crean y dan valor a la información que se encuentra ahí en la nube cibernética, o como todo el mundo le dice: “La Web”.
Luis Jaime González Gil.
Notas
[1] “Los partidarios de Wikipedia siempre citan un estudio de la revista Nature que comparó doce artículos de Wikipedia con doce artículos de la Enciclopaedia Britannica, y llegó a la conclusión de que, aunque los segundos eran algo mejores, la diferencia entre ellos era mucho menor de lo que se podía pensar” (Pisani & Piotet, 2009, p.143).
Referencias
Pisani F. & Piotet D. (2009). La alquimia de las multitudes: cómo la web está cambiando al mundo. Barcelona: Paidós Ibérica.