La libertad, entendida como una forma de hablar sin ninguna restricción, no cabe dentro de la dimensión lingüística, no tiene lugar, y por lo tanto, es inexistente. Las palabras no andan sueltas describiendo, trazando o creando realidades, éstas tienen un marco lingüístico: se encuentran atadas (reguladas) a discursos que les otorgan una forma y un sentido (en términos de significación), al interactuar con ciertos elementos socio-históricos en una especie de coreografía entre lo institucional y lo deseado (Foucault, 1973). De modo que la tríada en donde convergen el saber, poder y deseo se constituye como un pilar que juega un papel importante en la constitución del orden del discurso.
No obstante, si queremos comprender este orden, paradójicamente, no podemos escapar de su dimensión. Siempre que estudiemos los elementos que organizan, caracterizan y conforman al discurso tenemos que utilizar un discurso para explicarlo minuciosamente, como si nos precediera una voz sin nombre desde hace mucho tiempo, o mejor dicho, como si fuera insostenible verse envuelto por la palabra ya que nos transportamos en ella. No hay vuelta atrás, para explicar el orden del discurso requerimos de un “discurso explicativo”.
Pese a este impedimento, y asumiéndolo, Michel Foucault argumenta que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad. En este sentido, las personas están delimitadas en su hablar, o en palabras más coloquiales, no pueden decir lo que quieran cuando quieran. Existen ciertos principios, mecanismos y dispositivos que delimitan el contenido discursivo, controlan los tiempos y espacios del habla y distribuyen la responsabilidad del discurso a ciertas personas o grupos indicados.
Como principios exteriores, el filósofo francés menciona tres: 1) la palabra prohibida, 2) la separación locura/razón y 3) la voluntad de verdad. Cada uno representa un procedimiento de control y delimitación del discurso (exclusión). El primero tiene que ver con aquello que no es permitido mencionar, o que está delimitado ya que no se puede hablar de todo, sólo de una parte. Se podría decir que son prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse. Como ejemplo pensemos en la sexualidad: discurso siempre reprimido en la sociedad, y hablado prolíferamente, con su respectivo cuidado, desde la academia y los laboratorios científicos.
En relación a la separación locura/razón, el autor menciona que en toda sociedad el loco representa aquel discurso distorsionado, incomprendido, secretamente investido por la razón y que difiere de la mayoría. El loco es la imagen de un discurso que no puede circular en la población ya que carece de razón. De modo que se pinta una dicotomía que ordena el discurso, y por consiguiente, excluye la palabra que contiene, en sí misma, la locura. Y aunque pareciera que esto actualmente se ha borrado ya que buscamos en la palabra del loco un sentido, el esbozo de un obra de arte o un desgarrón por donde se nos escapa lo que decimos. El simple hecho de tratar de analizarlo, de hacer una división entre terapeuta y paciente, pinta una división entre la locura y la razón. Como menciona Foucault (1973), si bien es necesario el silencio de la razón para curar los monstruos, basta que el silencio esté alerta para que la separación permanezca.
Por último, el tercer principio (la voluntad de verdad) se encarga de ordenar el discurso bajo la lógica de la verdad, de manera que lo que se dice o es verdadero o es falso; no hay términos medios. Sin embargo, si consideramos el mundo de esta manera, estamos ignorando que la verdad y su reino originario tienen su historia en la historia (Foucault, 1971). Es decir, que existe una voluntad de verdad, que funciona como una prodigiosa maquinaria destinada a excluir todos aquellos discursos, que punto por punto en nuestra historia la intentan soslayar (Foucault, 1973).
Cabe mencionar que la voluntad de verdad atraviesa a los otros dos principios de exclusión que afectan al discurso, ya que ambos (palabra prohibida y separación locura/razón) se derivan hacia ella. La voluntad de verdad tiene la capacidad de modificar y fundamentar, subrepticiamente, tanto lo que pensamos de la razón y la locura como lo que consideramos tabú o prohibición. Incluso, resulta muy interesante que siempre pasa por desapercibida, como si no pudiéramos darnos cuenta de su presencia, al extremo de que somos incapaces de reconocer en la verdad su voluntad.
Luis Jaime González Gil
Email:luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Foucault, M. (1973). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
Foucault, M. (1971): “Nietzsche, la généalogie, l’histoire”, en Dits et écrits (vol. 2, 1970-1975), París : Gallimard, 2001, texto nº 84, p. 136-156.