Si hablamos de los medios de comunicación e información en tiempos recientes, podemos decir que las cosas están cambiando radicalmente. Existe una serie de transformaciones que nos lo indican: los periódicos actuales involucran a los no-periodistas para abarcar más noticias en el momento que se suscitan, ahora las noticias ya no son escritas por el típico periodista capacitado en una universidad de prestigio, sino que las redactan algunos de los espectadores o lectores del periódico digital, lo cuales, tienen su propia versión del hecho que se presenta en la páginas virtuales. Por otro lado, las narrativas están mutando (transmedia): éstas ya no se presentan de manera lineal, y ni siquiera en multimedia (una misma historia contada en distintos medios de información), sino que ahora se trata de narraciones autónomas presentadas en distintos medios, que contribuyen a una temática o narración específica.
Sin embargo, siendo un poco más moderados en los argumentos, podemos reajustar el párrafo inicial, y decir que más que una transformación radical en estos ejemplos, lo que hay es un cambio técnico tanto en la construcción de noticias como en la manera de presentar las historias mediáticas. Nada más.
Enfoquémonos en el segundo ejemplo, es decir, en la transmedia. Para algunos, este fenómeno es el resultado de la industria generada en la era de lo digital. De modo que de un largometraje, puede surgir un cortometraje, un videojuego, un comic, o incluso un libro. Cada dispositivo es una parte independiente de la historia que puede contribuir (¡o no!) al conjunto en total de la historia. Es decir, no hay réplicas (tal como en el fenómeno de multimedia), el proceso es autónomo: el resultado es un rompecabezas que se puede consumir por separado, y que no necesariamente se tienen que ligar todas las historias para construir una gran narrativa (con uno es suficiente).
Todo esto crea sus efectos: en lo tradicional el director de Hollywood tenía la capacidad de inventar un universo, y mediante los medios de comunicación darlo a conocer; por su parte, los directores independientes eran relegados por falta de recursos en términos de marketing. En lo contemporáneo, las cosas han cambiado un poco: el director independiente ya puede competir a cierto nivel con el tradicional; internet le permite construir narrativas que le interesen a cualquier comunidad online, y la ventaja es que puede utilizar cualquier tipo de medio (cortometraje, videojuegos, comics, entre otros).
No obstante, una cosa es decir que esta forma producir narrativas tiene efectos en la manera de distribuir una película, o en la forma de llegar a distintos públicos. Y otra, es argumentar que hemos llegado a una época en la que los medios de comunicación se están diluyendo en lo virtual, al grado que nuestras formas de contar las cosas están cambiando radicalmente; como si no existieran formas de comprender historias establecidas culturalmente.
Con esto, hay que dejar de caer en el error más común, es decir, en pensar los fenómenos digitales desconectados de la realidad cotidiana en la que participamos; internet no viene a destruir lo que ya conocemos, viene a complementar nuestros estilos de comunicación. La forma en que leemos, la forma en que entendemos y la manera de contar historias tienen sus raíces en la cultura, la cual se reafirma día a día en nuestras prácticas cotidianas, y como resultado, genera que nuestras narraciones sean siempre similares (tragedia, comedia, entre otras). No es que los noticieros escriban hechos sin ninguna conexión; más bien éstos incorporan múltiples voces, y las integran en una redacción hecha para un lector (el cual está acostumbrado a historias lineales y coherentes). Ni tampoco que el fenómeno de transmedia venga a derrumbar todas las maneras tradicionales de contar una historia, sino que ahora se utilizan distintas narraciones, que vienen a poner su granito de arena a una historia o temática en general.
Luis Jaime González Gil.
Email: luisjaime@antropomedia.com
Las emociones: parte de una obra de teatro
En nuestra vida todo el tiempo estamos sintiendo cosas, no lo podemos evitar. Podríamos decir que de repente se despiertan algunas sensaciones en nuestro interior que se vislumbran en actos: en ciertos momentos lloramos de tristeza, de repente gritamos de alegría, a veces nos reímos con los amigos, un día nos enojamos con los compañeros de trabajo, otro día nos estresamos porque tenemos una carga impresionante de cosas que hacer (la vida no nos da para más), y de vez en cuando nos deprimimos porque ese ser que amábamos, ése que considerábamos nuestra media naranja, dejó de amarnos yéndose con otro para continuar su vida.
A todo esto, la ciencia se ha encargado de entrometerse explicando que estas situaciones no son más que el resultado de procesos orgánicos generados por el sistema nervioso. Técnicamente, las emociones -o sentimientos- son reacciones psicofisiológicas producidas por una necesidad de adaptación del organismo a los estímulos ambientales que rondan alrededor de él; un día puede ser la novia la causante, o el carro que está a punto de chocarnos, o la muerte de un familiar, entre otros.
Sin embargo, si conceptualmente nos quedamos con explicaciones tan deterministas y orgánicas, pareciera que estamos condenados a sentir las emociones sin poder interpelarlas. Desde esta visión, nos concebimos como esclavos de sustancias químicas que se encuentran dentro del cuerpo. De ahí la idea de que si no podemos controlar nuestros procesos biológicos, simplemente hay que aprender a reprimirlos con un medicamento, a sublimarlos con el deporte, o en el mejor de los casos, a respirar profundamente y contar hasta diez para calmarnos (esto siempre se recomienda con el enojo y la tristeza, emociones no aceptadas socialmente).
Por ejemplo, cuando nos encontramos envueltos en una situación de infidelidad, casi siempre percibimos ese sentimiento ácido, crudo e insoportable, que sube poco a poco hasta el pecho, como el resultado de un proceso orgánico, en el que hormonas, nervios, glándulas y neuronas son los principales responsables. Por eso es comprensible que la solución más utilizada por los especialistas es la prescripción de pastillas que anulen, al menos por un momento, el sentimiento no deseado.
Tendencia a la amnesia social. Si seguimos esta lógica conceptual (y de intervención) de las emociones nuestro destino se encaminará a la búsqueda de alguna sustancia que modere o anule las sensaciones que nos producen las situaciones difíciles. Trataríamos de eliminar el enojo y la tristeza para construir un mundo feliz, neutral e indiferente, en donde no sabríamos lidiar con situaciones de conflicto sin un medicamento a la mano.
Pero, ¿qué pasa si miramos ahora las emociones de manera distinta?, ¿qué sucedería si dejamos de pensar en procesos internos para concebirlas como el resultado de un proceso externo, un ente social?
Para Gergen, las emociones consiguen su significado no en virtud de su relación con un mundo interior, sino por el modo en que aparecen en las pautas de la relación cultural: nos reímos después de que alguien cuenta un chiste, o cuando recién vemos un video cómico, y no cuando se nos muere un familiar. Al igual, nos deprimimos porque nuestro novio/a nos dejó, y no porque ganamos un millón de pesos. Tampoco lloramos en el funeral porque sea natural, sino porque nos han enseñado que ahí debemos llorar, o al menos, tenemos que poner cara de serios. Y pensémoslo bien, si llegara a pasar que quebráramos las reglas de estas situaciones, lo más seguro es que los demás nos tachen de loco, al grado que si somos recurrentes, tendremos que preparar nuestras maletas porque terminaremos en el manicomio por tener alguna psicopatología. Al final, lo que determina si alguien está loco no son sus características biológicas, sino las pautas sociales.
Por lo tanto, si vemos que lo social participa más que lo biológico en la conformación emocional de la persona, hay que pensar en una solución conceptual distinta: la del teatro. Desde esta perspectiva, las expresiones sentimentales son significativas sólo cuando están insertadas en secuencias particulares temporales de intercambio. La vida es un teatro, todo el tiempo estamos actuando, reaccionando al contexto desde emociones preestablecidas culturalmente. El enojo, la felicidad y la tristeza, a pesar de que se generan en el organismo, únicamente son inteligibles en discursos, prácticas y guiones que hemos aprendido desde que éramos niños.
De tal manera, siguiendo un enfoque social de las emociones nuestra intervención como psicólogos sería más íntegra. Ya la cura de la ansiedad no se enfocaría en la medicación de la persona, sino también en la dinámica mundial que produce ansiedad. No es casual que seamos ansiosos si vivimos en la era de la globalización, en donde la velocidad con la que opera el mundo sobrepasa la capacidad humana, y por ende, produce seres que no alcanzan a terminar sus quehaceres (seres ansiosos).
Luis Jaime González Gil
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Gergen, K. (1996). Realidades y relaciones: una aproximación al construccionismo social. Barcelona, Paidós.