Entre hamburguesas y recuerdos 

Lo he pensado bastante, y he llegado a la siguiente conclusión: es incongruente que me encante tanto Mc Donalds.

Lo he pensado bastante, y he llegado a la siguiente conclusión: es incongruente que me encante tanto Mc Donalds. Si lo tomo desde el punto de vista de la salud, estoy frito, no es nada nuevo decir que las hamburguesas poseen una cantidad impresionante de grasa, calorías, colesterol y todas sus derivaciones. Uno sólo tiene que mirar la carne, el pan, los pepinillos y los aderezos -en su mínima ración-, para notar la cantidad de sustancias, químicos y conservadores que van directo al estómago, sin temor a dañarlo. Por otro lado, si lo miro desde el sabor también estoy en desventaja: aunque las papas y las hamburguesas sencillas son realmente buenas, éstas no se comparan en lo más mínimo con las hamburguesas al carbón, o en el peor de los casos, con las de puesto, esas que se encuentran en el más recóndito y poco iluminado espacio de la ciudad, junto al puesto de tacos que batalla para poder aluzar las mesas en donde se sientan sus prestigiados clientes. Sin embargo, ¿por qué si me dan a escoger acabo decidiéndome por Mc Donalds? 

La respuesta a la que he llegado no es ni definitiva, y ni siquiera, trata de abordar la situación por cuestiones culinarias o gustativas, más bien, se enfoca en la dimensión de los recuerdos y sus significados. 

Por ahí recuerdo que en la infancia, esa que se añora cuando las responsabilidades aumentan, casi no tenía tiempo de ver a mi padre (éste trabajaba), únicamente lo veía los domingos. Esos días, mi papá, mi hermano y yo íbamos a Mc Donalds para comer algo rápido y barato. Si mal no lo recuerdo, mi padre pedía casi siempre el combo de cuarto de libra, mientas que yo y mi hermano, como típicos niños que acostumbran ir a estos lugares, ordenábamos de 2 a 3 hamburguesas sencillas. 

Adentrándome a la adolescencia, puedo rescatar otra remembranza relacionada: todos los sábados, junto con mis amigos, acostumbrábamos a reunirnos a las 12 del día en un establecimiento de este tipo. De modo que más que el sabor o las hamburguesas, lo que nos atraía del lugar era la convivencia y el establecimiento de un punto de reunión sin padres. Utilizábamos los restaurantes para platicar, e ir preparando el día (comentar que fiesta había, qué se iba a hacer, entre otros). A partir de ahí nos íbamos a casa de un amigo y nos despejábamos de lo quehaceres cotidianos. 

Ya en la época universitaria, resulta que en mis viajes fuera de México era cotidiano que me encontrara con un Mc Donalds en cualquier lugar. Por más que me empeciné en cambiar la dieta, en la mayoría de los lugares había un establecimiento de Ronald a la vuelta de la esquina, en donde podía comprar una hamburguesa sencilla, y por lo tanto, gastar el dinero en otras cosas más elementales: hospedaje y transporte. 

En suma, puedo argumentar que lo que me gusta de Mc Donald’s tiene que ver más con los significados y símbolos que he creado que por el sabor de sus productos. De cierta manera lo que me atrae de estos establecimientos no está definido por la calidad y el sabor de los alimentos, sino por la forma en que concibo el estar ahí. La comodidad (que en realidad ni son cómodos estos lugares) que genera visitar algún restaurante de comida rápida está relacionada con el vínculo dominguero con mi padre, la convivencia del fin de semana con mis amigos y la solución económica en los viajes. No son las hamburguesas, ni la mercadotecnia las que han construido mi gusto; son mis interacciones, mis recuerdos y mi pasado los que han generado ese encanto por unas hamburguesas que ni son tan buenas. Por algo este año he dejado de ir: ahora –mis amigos y yo- nos juntamos en un local de carnitas y carnes asadas a convivir y relatar algunos aspectos de nuestra cotidianeidad. Al final Mc Donalds ha sido remplazado, y esto no tiene nada que ver con mis papilas gustativas, ni con un cambio de receta en las hamburguesas, ni con una campaña de mercadotecnia fallida, sino con mis relaciones cotidianas del día a día, con los lugares (y lo que representan) que cobran vida en la interacción humana. 
  

Luis Jaime González Gil 

Email: luisjaime@antropomedia.com 

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