Vivimos en el mundo de Facebook, o al menos eso parece. Ni “Messenger”, ni “Myspace”, ni “Twitter”, ni “Pinterest”, ni todos los demás (ya perdí la cuenta desde hace tiempo) han podido emular el alcance y deseo que produce y tiene esta nueva ágora en forma reticular. De hecho, esta plataforma social -en donde las personas conviven y socializan con los demás- se ha inmiscuido tanto en la vida de las personas que ya hasta la empresas quieren participar convirtiéndola en una especie de mercado invasivo que tiene que ver más con la publicidad y la construcción de una identidad corporativa homogénea y experta que con un espacio de interacción reducido al ocio y al interés por los demás (algunos lo llaman chisme, mitote, o en el caso extremo de índole psicológico: perversión y exhibicionismo).
Ahora bien, uno de los elementos indispensables para que Facebook se consolidara como uno de los medios sociales más importantes, es la brillante idea de agregar una opción a cada comentario para simpatizar con la idea, meme, foto o comentario burdo que se publican día a día; y sí, estamos hablando del famoso like: esa opción seductora -en forma de manita- que más de una vez hemos utilizado para estar de acuerdo con los contenidos que nuestros amigos cuelgan en la red. Sin embargo, analicemos un poco la forma en que utilizamos esta función para ver que en muchas ocasiones lo hacemos para todo menos para decir “me gusta”.
Se supone, pensándolo desde lo textual (like), que la única función del botón es decirle a los demás que nos gusta o agrada una publicación textual o visual. Sin embargo, como todas las cosas, lugares y ciberespacios, éstos no se definen individualmente por su forma, contenido o literalidad sino por el uso que les damos (he aquí el aspecto social). Las prácticas sociales son las que definen el mundo en el que nos encontramos, y en este caso la función del like. Si no me creen pregúntenle a mi libro de topografía que está arrumbado en la puerta para detenerla, supongo que el autor –la persona que lo escribió- jamás pensó que su obra de arte terminaría en el suelo, allí en un rincón junto al polvo que nadie observa ni mucho menos lee.
En este sentido, por más que los encargados de Facebook traten de instituir una sola manera de utilizar el botón no lo lograrán. Ésta no depende de una norma o ley previa sino de la acción, es decir, del hacer de las personas, o mejor dicho, de la forma en que se utilizan las cosas. Por ejemplo, más de una vez utilizamos el like no para decir “me gusta” sino para difundir una noticia que no nos agrada (una violación, un niña rubia que no debería pedir dinero). En este caso el “like” debería llamarse “difundir” o “noticias-que-debemos-saber-por-lo-horribles-que-son (un poco larga la opción).
Asimismo, aunque Facebook no considera la opción en negativo (no me gusta), ya que quiere construir un mundo estilo Disney, sin sentimientos rechazados socialmente o debates producidos por una función, paradójicamente las personas utilizan el “me gusta” para demostrar su disgusto por las cosas. Aquí el juego se marca por la ironía, forma de comunicación que no pueden leer las maquinas, ni los números, más bien, sólo las personas que deben estar atentas al contexto virtual para entenderla.
En fin, así como el botón like, todo Facebook (y la Web) funciona y adquiere sentido de la misma manera. De ahí la importancia de comprender la tecnología desde lo humano, y no al revés (lo humano desde lo tecnológico). El Internet (y los medios sociales) es una plataforma tecnológica que adquiere su significado en las prácticas y discursos humanos. No es menor que de repente Facebook parece una combinación confusa entre 9GAG o Youtube. Fueron las formas en que las personas comenzaron a utilizarlo (interacción entre la plataforma social y los usos) lo que transformó los perfiles en un espacio de divulgación excesiva de videos y memes (algunos ya lo llaman Memebook).
Luis Jaime González Gil
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