Vivimos bajo dos a prioris: el tiempo y el espacio son nuestros dos referentes o plataformas para entender la realidad. Utilizando un lenguaje más cotidiano, podríamos decir que las personas necesitamos de un marco espaciotemporal para definir eso que llamamos vida cotidiana, y por consiguiente, el mundo que nos rodea. Sólo hay que recordar cualquier acontecimiento en el que estemos involucrados, y veremos, en automático, que para darle sentido a nuestros relatos necesitamos construirlos en relación a cosas, a individuos, a palabras, a espacios, a momentos secuenciales, en fin, a algo que se encuentra enfrente, atrás, arriba o debajo de nosotros. Es por eso que en los periódicos las noticias casi siempre empiezan diciendo el lugar y el día en dónde ocurrió el asesinato.
Ahora bien, en muchas situaciones no siempre se entiende la vida de la misma manera; y esto depende, diría Fernández, del trecho metafórico con el que nos posicionamos del objeto: 1) la distancia, 2) la fusión y 3) el encantamiento.
Respecto a la primera, podemos decir que en ocasiones nos distanciamos tanto del objeto que éste no produce ningún sentimiento hacia nosotros. Aquí, la distancia es proporcional a la indiferencia y la frivolidad. Si percibimos alguna situación como algo lejano no nos interesa, nos es fútil, irrelevante. La dejamos pasar así como cuando nos avisan que hay un guerra en el Medio Oriente, y esto sólo produce una reacción frívola encarnada en tres palabras: “qué mala onda”. Asimismo, los científicos piensan de esta forma, en todos sus experimentos las personas que tienen enfrente las perciben como sujetos A, B y C, mas no como individuos con los que pueden entablar una conversación para demostrar su afecto por ellos.
Por otro lado, cuando nos fusionamos con la realidad lo que está a nuestro alrededor adquiere un peso que queremos cargar y llevar con nosotros todo el tiempo. Inversión del interés: ahora las cosas y las personas nos interesan tanto que pensamos que sin ellos el mundo no tiene sentido. El ejemplo más sencillo es el de la pareja: es muy común ver cómo de repente los prometidos/as o novios/as se convierten en nuestra vida, sin ellos estamos perdidos, y por ende, no vale la pena vivir, ni mucho menos, salir del cuarto. Romanticismo al rojo vivo. La pareja se convierte en nuestra media naranja, nuestra alma gemela, y sin ella, nuestra existencia no tiene valor, al grado que no dejamos de pensar en ella. Se convierte en nuestro Zahir, esa moneda que el personaje de un cuento de Borges no puede olvidar, e incluso termina dejando de percibir el universo para contemplar únicamente el objeto de metal.
En cambio, cuando miramos la vida desde el encantamiento el mundo no está ni tan lejos ni tan cerca, está en movimiento pendular (a veces próximo, a veces distante). En otras palabras, se produce un conocimiento a través del intercambio mutuo de ambas partes. Es decir, hay que conversar y relacionarnos con las cosas para entenderlas, por eso le hablamos a nuestras mascotas aunque sepamos que no nos van a contestar. Hay que preguntarle a la persona que está a lado cuál es su opinión acerca de nosotros y del amor. Hay que salir del laboratorio para ver cómo la vida cotidiana nos puede decir otras cosas que no se ven en el cuarto controlado. En suma, el mundo adquiere sentido en y por la relación de nosotros con nuestro contexto (y los que se encuentran ahí).
De la misma manera, en lo virtual la lógica no cambia. Internet (sus aplicaciones, sus datos y sus programas) adquiere sentido en y por la metáfora epistemológica con la que lo entendamos. Por esta razón, hay quienes piensan que su Facebook y ellos son uno mismo (está fusionados), al extremo que se preocupan tanto por su reputación online que tienen controlado todo ese espacio virtual obsesivamente, y si llegara a pasar algo que se sale de sus manos se deprimen tanto como si hubieran roto con su pareja. En la cotidianeidad (ya sea online u offline) nos movemos en estas lógicas que dictaminan y moldean nuestra forma de entender y vivir la realidad. Nuestro modo de conocer le otorga características al mundo, no al revés.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Borges, J.L. (2012). El Aleph. México: Debolsillo.
Fernández, P. (1993). El conocimiento encantado. En Archipiélago: Cuadernos de crítica de la cultura. No. 13. Págs. 119-124.