Al día de hoy, nos encontramos en un mundo capitalista, y por ende, individualista y de consumo al por mayor. Nada nuevo el argumento, autores como Bauman (2010) y Baudrillard (1994) se han cansado de escribirlo en cientos de páginas. Si traemos su voz a la discusión, el primero mencionaría que uno de los resultados del sistema actual es el quitarnos la idea de que pertenecemos a una comunidad, generándonos un vacío que sólo podemos llenar consumiendo frenéticamente bienes (materiales o informativos).
Baudrillard, un tanto más rebuscado en sus palabras, nos diría que las relaciones entre mercancías han suplantado aquellas que se daban entre la gente. Y no sólo las han reemplazado, también las han transformado: hay quienes interactúan con personas pensándolas como objetos, como medios -y no fines-, al grado que cuando ya no les son útiles las desechan, al igual que el rastrillo, el Ipod de más de 3 años, o incluso el papel higiénico. Estamos en la era de las “relaciones de bolsillo” diría Bauman en su libro “amor líquido”: si éstas no nos resultan significativas para un fin práctico, económico o personal, las apartamos de nuestra vida depositándolas en nuestro basurero o papelera de seres deteriorados o estropeados.
Ahora bien, aunque pareciera que la dinámica actual va encaminada al absoluto individualismo, existe en un rincón de la vida cotidiana un elemento que puede trascenderla. Para muchos, los medios sociales online son la solución para crear vínculos afectivos en esta época del consumo y de la autonomía.
El hecho de utilizar una herramienta cibernética que permite la híper-conectividad da pie a que se reconstruya el sentimiento de comunidad: “el nosotros”. Desde las redes es posible hablar de una sociedad aumentada que disminuya el sentimiento de soledad, y simultáneamente, modifique las formas tradicionales de establecer una relación: ya no se necesita estar en proximidad espacial para interactuar con las personas, únicamente hay que conectarse a un medio social para conocer a otro individuo (allá en Rusia) que, seguramente, nuestros abuelos jamás hubieran conocido. Las barreras espaciales –o nacionales- pueden ser superadas gracias al Internet en su nueva modalidad (Web 2.0).
No obstante, podríamos pensar que las relaciones “cibernéticas” no son lo mismo que las “reales” debido a que no generan el mismo afecto que las que se producen cara a cara. Todos sabemos que no es lo mismo hablar con un perfil que con un sujeto en un café. En el segundo caso, sentimos a la persona, la olemos e incluso existe la posibilidad de que la besemos, mientras que en el primero todo es efímero y superficial, en el momento en que nos desconectamos esa persona se difumina en el mundo de los bits.
Sin embargo, esto no siempre es así. De hecho, hay quienes afirman que procesamos las conexiones virtuales igual que las reales, todo depende de la forma en que las percibimos. Existen casos en que se llega a establecer un noviazgo desde la web, dando como resultado un matrimonio. Imaginemos la situación: cuando los hijos les pregunten cómo se conocieron, no habrá respuestas tradicionales tales como “en un bar”, “en la playa” o “nos presentaron en una fiesta”, más bien, los padres responderán “nos conocimos en la red, en un medio social que se usaba en nuestros tiempos: el Facebook”. Actualmente, es difícil imaginarnos la cara del niño, y la reacción social de los parientes, al escuchar este tipo de respuestas; en un futuro será normal.
Concluyamos, entonces, que la relevancia de una persona no depende del tipo de interacción en que la conocemos (cara a cara o mediada por un ordenador), sino de la manera en que la significamos e incorporamos a nuestra cotidianeidad. De ahí la pertinencia del Internet (y su híper-conectividad) para rescatarnos de este mundo que cada vez se hace más solitario y consumista. Inversión en la lógica: el sentimiento de comunidad puede volver a generarse, sólo es cuestión de introducirnos en este mar de conexiones cibernéticas.
Antropomedia
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Referencias
Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
Bauman, Z. (2010). Mundo de consumo. Barcelona: Paidós.
Baudrillard, J. (1994). Simulacra and Simulation. Ann Arbor: University of Michigan Press.