Las explicaciones del éxito de Twitter sobran: hay quienes atribuyen su aceptación colectiva a la brillante idea de recortar las expresiones a ciento cuarenta caracteres, generando así que las personas se comuniquen, piensen y se informen de manera breve y entrecortada por los hashtags (#yo #amigos #laguna). Otros mencionan que la razón por la que se ha adentrado en las multitudes es por su función informativa e inmediata: la incorporación de periódicos y revistas digitales convierte esta ágora -en forma de microblog- en un noticiero las 24 horas del día. Incluso da la oportunidad de que cualquier sujeto se convierta en reportero, únicamente tiene que portar una cámara digital o un dispositivo inteligente que tenga la capacidad de capturar imágenes del momento.
Por su parte, los adoradores del hashtag mencionan que el etiquetar imágenes y textos de manera semántica o temática es una práctica que les encanta a los seres humanos. Las personas viven dentro de un orden moderno (derivado de las ciencias duras) en donde todo debe estar integrado en una cuadrícula o tabla con divisiones claras e impenetrables. Un perro no puede estar en la categoría ser humano, y mucho menos una mujer puede entrar en la cualidad hombre; si esta clasificación llega a quebrantarse comienza un cuestionamiento sobre la cordura de la persona que afirma un ordenamiento distinto. De tal manera, al permitir que los tuiteros clasifiquen la realidad virtual, este medio social calma las ansias u obsesión de los usuarios de dejar todo en su lugar correspondiente.
Sin embargo, agregaré una más: la sensación de que uno se está convirtiendo en estrella. De hecho, la simple forma con la que se denominan o describen a los humanos (seguidores y siguiendo) vislumbra la connotación simbólica que se le otorga a la interacción virtual: si una cuenta posee muchos seguidores (y no sigue a nadie), es normal que se considere al dueño como alguien sobresaliente, popular e importante. Por tanto, el lenguaje que se utiliza construye una plataforma en la que los participantes buscan tener seguidores para sobresalir ante los demás. La dinámica del FollowMe/FollowBack está inserta en esta lógica de posicionamiento al estrellato, ya que lo que se busca es tener más seguidores, y por ende, hacerse notar en las redes.
En los adolescentes ocurre algo parecido. Resulta que en esta plataforma no sólo se encuentran personas comunes que tuitean cosas u actividades cotidianas. También hay artistas (Justin Bieber y One Direction son algunos representantes) con los que las y los jóvenes pueden hablar, alabar, e inclusive enterarse de lo que están haciendo a kilómetros de distancia. Sin embargo, al notar que sus ídolos no contestan sus comentarios, se activa un deseo inconsciente en ellas y ellos: tener más seguidores para estar en la misma posición que sus músicos favoritos. Sólo hay que echar un vistazo en la red: numerosas cuentas constantemente publican su deseo por conseguir más y más seguidores (fanáticos se les podría decir). Al final, el ir incrementando su lista las hace sentirse automáticamente como estrellas.
Por estas razones, Twitter no es sólo información y hashtags, también tiene una función seductora basada en el deseo de ser popular. De cierta manera la dinámica “te sigo, me sigues, lo sigo a él, y nos seguimos todos” está produciendo formas de pensar e interactuar nunca antes vistas. Una consecuencia es que la brecha entre estrellas pop y personas cotidianas se ha difuminado un poco, al grado que hay chavales que quieren convertirse en estrellas virtuales para interactuar con sus héroes musicales. Y no sólo pasa con las jóvenes, sino también con los adultos: hay profesionales que piensan que el tener varios seguidores en Twitter va a contribuir directamente a que vendan más o que tengan más credibilidad en la vida sin bits (offline).
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com