El olvido más común: la cotidianeidad 

La calle tiene mucho que enseñarnos, y por ello deberíamos considerarla seriamente.

La calle tiene mucho que enseñarnos, y por ello deberíamos considerarla seriamente. Su dinámica, sus tiempos, sus diversos tintes y sus millares de caras en las que muta contantemente, nos son bastante útiles para que expliquemos, de manera elocuente y contextual, el momento o pensamiento actual en el que nos encontramos (llámese sociedad de espectáculo, mundo globalizado, era líquida, o la más utilizada: posmodernidad). Es cuestión de empeño: llegaríamos a asombrarnos si tan sólo pusiéramos atención un par de minutos al sinfín de acontecimientos y detalles minúsculos que co-participan subrepticia o directamente en la conformación del mundo actual. 

Entendamos bien. Es en lo cotidiano en donde surgen los significados y prácticas colectivas que van estructurando o dando forma a nuestro pensar y actuar en comunidad. Por ejemplo, si volteamos a ver la relación mesero-cliente pausadamente, en primera instancia podríamos llegar a dilucidar el modo en que el sistema capitalista en el ámbito alimenticio se encuentra estructurado en y por la frase de “el cliente siempre tiene la razón”. De esta manera, sería fácil que dedujéramos que las personas que están en la posición de mesero son las menos escuchadas o comprendidas, debido a su posición de subordinados por la paga, la propina o la conservación de su empleo existente. 

No obstante, este campo ha sido olvidado en los estudios de índole científico. Para la mayoría de los filósofos, científicos o académicos acérrimos, la vida cotidiana es intranscendente, y aunque no lo mencionan explícitamente, la menosprecian por el hecho de que no es posible controlarla, tal como en sus experimentos cuando prevén el ruido o variables error. Por otro lado, también la desprestigian porque no es homogénea: su característica principal es la pluralidad, la disparidad y la discontinuidad; el todo no es la suma de cada una de sus partes, es un ente más complejo en donde convergen discrepancias, paradojas, diferencias y similitudes. 

El ejemplo más claro de este desprestigio es la manera en que concebimos el lenguaje técnico: como un transmisor de verdades; mientras que el común lo pensamos como una herramienta lingüística ordinaria y sin ningún fundamento válido para explicar la realidad. De hecho, mientras más palabras rimbombantes utilicemos (tal como inconsciente, mecanismo de defensa, Dextropropoxifeno, N metil D aspartato) más nos consideramos expertos o sabios en la materia. No obstante, en muchas ocasiones, el habla cotidiana nos explica más de la realidad que estudiamos por su cercanía a ella; podríamos decir que esta forma de expresarse surgió en el contexto en el que nos encontramos, y no en un laboratorio (alejado de toda realidad mundana). 

Incluso, actualmente sucede que el lenguaje técnico pierde todo sentido nativo cuando se adhiere a la cotidianeidad del pópulo. Sólo pensemos en cuantas veces hablamos de inconsciente o subconsciente no siendo psicólogos (quién sabe qué diría Freud si escuchara nuestras conversaciones en los cafés cuando explicamos un problema que tuvimos). Ignorar este fenómeno es igual a tapar una parte de nuestra realidad, y sobre todo, de pretender que la lengua es incorruptible, y que su significado depende de la definición de los diccionarios institucionalizados. 

No hay que caer en el juego del olvido, tenemos mucho que aprender de la vida cotidiana; es ahí donde la realidad es interpretada y construida por los individuos como un mundo coherente y real. Estudiarla nos enriquecería bastante en nuestra comprensión del pensamiento que conforma y da significado a los discursos y formas de actuar de las personas. Nuestro existir no es el resultado de una sincronización humana controlable, sino de una cotidianeidad múltiple y discontinua (con su propia lógica) que puede estudiarse para cualquier objetivo deseado.   

Luis Jaime González Gil 

Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia  
 

Email: luisjaime@antropomedia.com 

Referencias 

  • Berger, P. y Luckmann, T. (1968). La construcción de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu. 
  • Maffesoli, M (1985). El conocimiento ordinario: compendio de sociología. México: Fondo de Cultura Económica. 
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