El laboratorio es un lugar obscuro, sombrío, recóndito, y sobre todo, olvidado por todos nosotros. Las situaciones que acontecen y fluyen en ese mundo de batas, probetas, tubos de ensayo, estadísticas, documentos indescifrables, fórmulas matemáticas, palabras técnicas, engranajes, mecanismos y dispositivos tecnológicos; pocas veces llegan a vislumbrarse al exterior, o al menos, discutirse en la calle.
Zona reservada. En los laboratorios existe un acceso restringido que funciona en dos niveles. Por un lado está el físico: no cualquiera puede entrar, estos lugares fueron diseñados únicamente para el ingreso de individuos expertos que portan generalmente un uniforme blanco. Y por otro está el conversacional: pocos nos tomamos la molestia de preguntarnos acerca de qué acontece allí; hecho importantísimo ya que por más pequeños o minúsculos que sean las situaciones generadas en estos sitios opacos, la verdad es que esos detalles tienen un efecto notable en los resultados o productos finales que consumimos (leche pasteurizada), compramos (tablets, smartphones) o leemos (artículos académicos, conocimiento científico).
Sin embargo, para los defensores máximos del cientificismo este fenómeno no es un problema. La ciencia puede ser opaca ya que lo que acontece dentro de su territorio está determinado únicamente por hechos empíricos, palpables y demostrables. Las personas que trabajan en los laboratorios son objetivas; ergo, no tienen intereses, ni ideas preconcebidas, ni aprioris, ni presupuestos, ni problemas en su vida que intervengan en sus procesos profesionales. Bajo ese techo, todo lo que los expertos realizan es obra de un proceso fríamente calculado: cualquier factor, variable no concebida o ruido es identificado, y por lo tanto, controlado y eliminado. Al final, no importa que la ciencia esté fundada y diseñada sobre un terreno lóbrego, sus descubrimientos son el resultante de un proceso válido, preciso y verificable que únicamente busca la verdad, y nada más que ella.
No obstante, la idea de la ciencia como un proceso objetivo, sin intervenciones humanas, no es del todo aceptada en todos los ámbitos académicos. Para Bruno Latour, todo esto es sólo una de las máscaras predilectas con la que los trabajos científicos son presentados (“la ciencia ya elaborada”). El autor argumenta que la ciencia funciona como una caja-negra: un espacio que nos presenta lo que produce, pero nos oculta su composición y su funcionamiento, es decir, todos los procesos socio-técnicos que ocurren para que algo sea verdadero en un laboratorio. De hecho, para que un resultado sea considerado como algo universal, éste tiene que pasar por un proceso dialógico y técnico en donde participan no sólo los científicos, sino sus ideales, las jerarquías entre colegas, las demandas colectivas, los documentos de otros científicos, y la relevancia de los resultados con los objetivos de investigación (siempre construidos desde los intereses de las corporaciones que soportan económicamente el experimento).
De tal manera, si vamos al lugar de los hechos, es fácil que nos demos cuenta que cuando los científicos dicen “ve directamente a los hechos”, básicamente lo que quieren decir es “deshazte de todos los hechos inútiles”, aquellos que pueden poner en duda la objetividad del experimento o proceso tecnológico; y esto no significa necesariamente que terminen controlándolos o aislándolos, sino ignorándolos para que el informe empate con las conclusiones finales. Finalmente, el reporte científico es una narración épica en donde el relato del experimento tiene que avalar todo lo que se comenta en las conclusiones.
O por otro lado, podríamos apreciar que el argumento “cuando la máquina funcione todos quedarán convencidos”, realmente es una traducción de la frase “la máquina funcionará cuando todas las personas relevantes estén convencidas”. No nos sorprendamos, los empresarios que avalan económicamente el proceso científico tienen un peso importante en el desarrollo del mismo; de ellos depende que la investigación finalice.
La ciencia puede ser vista desde dos caras, una interna, y otra externa. Una que se ve a sí misma como un producto terminado e ignora todo proceso que la conformó, y otra que se piensa como un proceso, al grado que está atenta de todos los elementos que participan en su conformación. Para operar desde la cara interna, debemos abrir las cajas negras que se nos presentan. La cuestión radica en que indaguemos e iluminemos un poco los laboratorios, sólo así podremos apreciar con un ojo clínico todas las fisuras, parches, idas y venidas que encaminaron y contribuyeron directamente en la elaboración de los resultados expuestos a la sociedad (ya sea conocimiento o un producto tecnológico).
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Latour, B. (2001). La ciencia en acción: cómo seguir a los científicos a través de la sociedad. Editorial Labor: Barcelona.