El progreso, palabra tan resonada en la terminología científica, está sobrevalorado. Es impresionante observar cómo la sociedad ha adquirido su forma actual, al perfilarse y sustentar todas sus decisiones en función de un concepto gradual que indica la existencia de un sentido de mejora de la condición humana. Existe una cantidad impresionante de discursos políticos basados exclusivamente en la idea del desarrollo lineal y ascendente. De modo que los políticos se posicionan como guías, y por ende, legitiman y defienden todas sus decisiones y propuestas argumentando que son necesarias para encaminarnos paulatinamente hacia el bien común, o a un futuro similar a la utópica “Edad de Oro” de la mitología griega.
Internet (y el cíber-mundo) no es la excepción. Expertos en el tema piensan que las plataformas cibernéticas -de carácter social- pueden llegar a construir un entorno distinto de participación ciudadana; sería cuestión de un encauzamiento adecuado para que surja ese camino tan anhelado, que llevaría finalmente a la humanidad a una situación ideal. Democracia aumentada: con el advenimiento e incursión de las plataformas digitales, es muy probable que cualquier ciudadano pueda debatir y contribuir en las propuestas políticas, jurídicas, sociales y culturales de una nación. Sería cuestión de que las personas tengan una educación política desde pequeños para que esto se cumpla.
Por tanto, ya no se trata de seguir las órdenes de un líder, genio, aristócrata, o dictador que reconoce -por sus características innatas o aprendidas- cuál es el camino correcto. Si se comienzan a utilizar los medios sociales virtuales, los ciudadanos pueden contribuir directamente en las decisiones que legislan su territorio.
Inversión, descentralización. La centralidad del poder se diluye en la dimensión cibernética. El líder o dictador tradicional muere, y en su lugar nace un ser que no le pertenece a nadie, más que a la propia colectividad o ciudadanía. Desde lo cíber democracia, el proceso democrático es un sendero producto de las vivencias contextuales de cada uno de los ciudadanos, lo que genera que se tomen en cuenta todas las variables y elementos que participan e intervienen en la conformación de la sociedad, y por ende, que se llegue a un estado ideal para todos.
Sin embargo, hay que ser prudentes. Pareciera que esta narración épica, victoriosa e ideal es peligrosa e ingenua. Para muchos autores, el progreso entendido como el desarrollo lineal hacia el bien común es un espejismo bien edificado. Se trata de una máscara que se ha utilizado para justificar un proyecto positivista que beneficia a un grupo de hombres. Como diría Octavio Paz: es una justificación de las jerarquías sociales, pero ya no son la sangre, ni las herencias, ni Dios quienes explican las desigualdades, sino la ciencia. No es por nada, pero el mundo lleva bastante tiempo bajo esta forma de pensar y regular la realidad, y lo último que ha propiciado es el bienestar humano: bombas atómicas, diferencias sociales, discriminación y categorización en nombre de la ciencia (cociente intelectual), estigmas y enajenación a los que no entran en el mundo de la modernidad.
En suma, el progreso es un espejismo. La “Segunda Edad de Oro” es una invención de la modernidad inalcanzable, es más un mecanismo de control que una realidad que nos beneficie a todos. El tiempo o la historia no es un proceso lineal y gradual (así como lo piensa la idea del progreso), sino discontinuo: ascendente, descendente, seccionado, dividido, en dos palabras: no lineal. No hay que ser ingenuos, Internet puede contribuir a que se escuchen más voces en el proceso democrático, pero esto no quiere decir que algún día este fenómeno virtual finalice en un momento sublime e incandescente que se equipara a la trascendencia del alma y del pueblo humano.
Antropomedia
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Referencias
Paz, O. (1994). El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta al laberinto de la soledad. México: Fondo de cultura económica.