La proximidad está al borde de explotar, o implotar (uno ya no sabe si el fenómeno va hacia dentro o hacia fuera). En esta edad híbrida de orden cibernético, las barreras espacio-temporales han sido quebrantadas violentamente, produciendo que comience la monarquía de lo inmediato, de lo espontáneo y del cambio abrupto que no da pista alguna para predecirlo. Así, la velocidad es el elemento simbólico más valorado: cualquier proceso que tarde una cantidad de tiempo mínima ya no es bien visto, no es cuestión menor que alguien diga que una computadora, ordenador o laptop es lenta porque tarda un minuto en abrir un sitio-web o un documento.
En este sentido, las barreras entre continentes, por lo menos simbólicamente, se han difuminado. Si un americano quiere contactarse con alguien que está en Europa sólo tiene que encender un dispositivo inteligente, conectarse a algún software que permita la comunicación audiovisual, y comenzar a parlar con la persona que, por obra de conexiones cibernéticas, se encuentra mágicamente enfrente, reflejada o proyectada en la pantalla de LCD. De cierto modo las distancias se han acortado, se han hecho pequeñas, el mundo está más conectado que nunca, y sobre todo, las relaciones se han expandido a territorios nunca antes vistos; y aunque un individuo no utilice ningún aparato o dispositivo, por lo menos sus datos ya están incorporados en la nube cibernética por las estadísticas de mortalidad, natalidad, uso de internet, entre otras curiosidades que están colgadas en la web. Nadie está exento, de una manera u otra todos los movimientos humanos están impregnados en el cíber-mundo.
Sin embargo, así como lo menciona Paz, cuando habla del progreso en México después de la revolución de 1910, parece que también en este caso la transformación es más tecnológica e industrial, que social-cultural. Paradójicamente, la cíber-información de nuestra situación como continente crea imaginarios extraños, inhóspitos, violentos y primitivos de América Latina. A pesar de los cambios impresionantes en la comunicación y organización de las personas en las últimas décadas, Internet no ha borrado definitivamente la brecha cultural entre continentes.
De hecho, dicha brecha va más allá de la cercanía que nos brindan los dispositivos y software de comunicación. Por más información (generada en la web) que adquieran otros continentes sobre América Latina, existe, como dice García Márquez, una tentación inminente e inevitable por evaluar las situaciones ajenas con la misma vara con la que ellos se miden. Es decir, existe un intento de comprender el extranjero desde un esquema familiar, hecho que constriñe el contexto histórico y las circunstancias locales de cada región, ya que parte del fundamento universalista de que el sentido de la vida y la forma de interactuar de cada lugar es la misma.
Imposibilidad de ver con ojos ajenos. Utopía del conocimiento universal. Las miradas siempre están construidas desde una postura parcial, desde lo familiar y la cotidianeidad. Bien lo decía entrelíneas Borges cuando narra la historia de Averroes: un hombre que trataba de comprender la Poética de Aristóteles (junto con los conceptos de tragedia y comedia) desde los ojos orientales; al final fracasó porque el teatro era ajeno a la cultura árabe.
Es cierto que actualmente la sociedad está híper-conectada (sociedad aumentada), que la web 2.0 ha transgredido los marcos espacio-temporales, que uno se puede informar más sobre culturas ajenas y que hay más capacidad de interactuar con extranjeros. Empero, no por eso se puede argumentar que el fenómeno cibernético es una revolución social y cultural, un movimiento comunitario que beneficie la igualdad y entendimiento mutuo entre continentes; todavía falta mucho para eso. Para ello, se debe comenzar con el diálogo y el debate concediéndole la palabra al otro, visitar los lugares desconocidos, conocer las costumbres y la historia foránea, realizar ciertas prácticas y rituales; en fin, envolverse e inmiscuirse con la cultura que uno estudia. La soberbia mata, ofusca, no permite comprender sino dominar e imponerse. Para que Internet sea una revolución social los cibernautas tienen que considerar la mirada ajena, la otredad, siempre pensando que su perspectiva está limitada e impregnada de valores engendrados desde su localidad.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Borges, J.L. (1997). El aleph. Madrid: Alianza Editorial.
- García Márquez, G. (1982). La soledad de América Latina. Discurso de aceptación del Premio Nobel.
- Paz, O. (1994). El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta al laberinto de la soledad. México: Fondo de cultura económica.