Hoy tenemos un ojo distinto, una mirada macro-cósmica que nos permite ver, vivir y entender la realidad desde las grandes alturas, como si la viéramos desde un punto inscrito en el cielo (junto a los dioses del Olimpo) para explicarla desde lo global, o desde un mapa mundial interconectado que nos permite tergiversar las distancias marco-espaciales en las que nos encontramos inherentemente. La globalización está aquí, y con ello un sinfín de preocupaciones por las nuevas formas de poder neoliberales insertas en el sistema internacional que repercuten en los procesos económicos, culturales, sociales y políticos.
Sin embargo, como bien dice Ibáñez, antes de que comencemos a despotricar, como excelentes altermundistas, en contra de este fenómeno que nos involucra a todos, hay que irlo pensando poco a poco, desgranándolo para comprenderlo de una manera más adecuada y precisa. He aquí un par de ideas que pueden contribuir a esto.
Primero. Uno de los elementos más importantes para la consolidación del fenómeno de la globalización son las nuevas tecnologías de información que se han constituido en relación al Internet; estos dispositivos de inteligencia permiten que transgredamos, de forma violenta, abrupta y tosca, el espacio y el tiempo a través de la interconexión sobresaturada: las distancias se han acortado, ya uno puede estar en varios lugares, es decir, ser omnipresente.
Segundo. El hecho de que la globalización sea un proceso que conlleve ciertas relaciones de poder disfrazadas de libertad o emancipación social, no quiere decir que el eje central que origina las relaciones de poder sea la lógica interconectada. Atacar el sistema no tiene ningún sentido, si no tenemos claro que la lucha es contra la dominación que ejercen ciertos grupos aprovechando el mecanismo de conexiones múltiples, y no contra el modelo de la globalización.
Asimismo, es ridículo pensar que en algún momento de nuestra historia existió (o existirá) un modelo de vida ajeno a las desigualdades sociales. Por ejemplo, si comparamos el mundo posmoderno del siglo XXI con el mundo industrial del siglo XX, podemos vislumbrar que ambos encubren formas de opresión y despotismo. En la época de Ford y sus allegados, las personas eran esclavas de su trabajo; las potencias mundiales crecieron aún más, y los países subdesarrollados sufrieron, se estancaron, y aumentaron sus índices de pobreza. Por su parte, en la era de la globalización, la interdependencia y la capacidad de movimiento son las piezas centrales que rigen la evolución, al grado que el que no se encuentra inmerso en la velocidad, los enlaces cibernéticos y el cíber-nomadismo, se encuentra atrapado: prisionero en un mundo creado por personas móviles que cuentan con toda la tecnología para ejercer el poder.
Ni Ford, ni Bauman. Ni la estabilidad de las grandes fábricas, ni la liquidez de las empresas nube. Toda forma de vida trae consigo una serie de problemáticas y beneficios que debemos pensar y analizar detenidamente. Si realmente queremos trascender las desigualdades sociales, reconsideremos seriamente nuestra visión: la batalla no es contra el nuevo modelo globalizado, no es contra la posibilidad de híper-conexión que nos brindan las tecnologías de información (cuestión que genera muchas cosas positivas), sino, más bien, es contra las maneras subrepticias en las que se ejerce un poder casi invisible hacia las minorías. En concreto, debemos identificar cuáles son los elementos tecno-sociales que, aunados a la lógica global, permiten la tiranía, la hegemonía y la marginación de las clases subordinadas, y no rechazar todo lo que el siglo XXI ha creado en cuanto a lo integral y lo interrelacionado.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email:luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Bauman, Z. (1999). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
- Ibáñez, T. (2001). Municiones para disidentes: Realidad-Verdad-Política. Barcelona: Gedisa Editorial.