El tiempo y el espacio han perdido su reciprocidad que tanto los caracterizaba; la velocidad los ha transgredido, multiplicado y eliminado en algunos de los casos. En épocas de antaño, estas dimensiones, o a prioris (como los llama Kant), siempre eran vecinos próximos e invariables; si uno preguntaba por la distancia de un lugar a otro, más o menos podría deducir el tiempo que tardaba en recorrer ese trecho. Las cosas ahora son distintas: el tiempo ha muerto, como dice Ibañez, la lógica de las nuevas tecnologías de información es “salir es haber llegado ya”, de modo que si uno envía un correo electrónico, y tiene a su lado al receptor, se desesperará si el archivo no llega en el momento o instante en que lo mandó; cuestión un poco distinta al correo tradicional que tarda horas, días o incluso semanas, sin que nadie se queje o se desespere por lo tiempos tradicionales.
Por su parte, el espacio ya no es un problema, o dicho correctamente, se le ha dominado al grado que se han superado algunas de las leyes de la física de manera virtual y simbólica. Las tecnologías actuales permiten la creación de clones o avatares virtuales que permiten a los individuos estar en varios lugares a la vez. Surgimiento de los dobles: la omnipresencia es una cualidad inherente al siglo XXI, y lo más extraño, es que este fenómeno ya no sorprende a nadie, las personas están tan acostumbradas a estar en muchos lugares a la vez que no se han puesto a reflexionar que esto para las personas del siglo XX era un hecho de ciencia ficción.
Sin embargo, uno podría cuestionar esta idea, argumentando que este fenómeno sólo le pertenece al mundo online. Si apagáramos todos los aparatos cibernéticos que tenemos a la mano, las leyes de la física volverían con más fuerza, dejando claro que el hecho de ser omnipresente y vencer la dimensión del tiempo es una cuestión virtual que no trasciende al mundo real. No hay de qué alarmarse, el mundo real sigue operando desde la imposibilidad de la omnipresencia, en donde tardan las cosas en llegar, y la velocidad por más rápida que sea no llegará a equipararse a cero. La reciprocidad sigue existiendo, y es cuestión de hacer cálculos más precisos (con décimas y centésimas) para llegar a establecer una constante entre el tiempo y el espacio.
Pero, aunque es cierto que dependemos totalmente de las tecnologías e Internet para que el tiempo y el espacio pierdan sus características de proximidad tradicionales, no por eso la lógica cibernética está excluida del mundo real (offline). En cierta medida, las personas siguen pensando desde la velocidad y la omnipresencia sin la mediación de las tecnologías. Ya importan más lo fines que los medios: entre más rápido y corto sea el camino mejor, uno ya no soporta la idea de hacer una hora en un trayecto cotidiano; o por otro lado, la dinámica laboral exige a las personas estar en muchos lados a la vez; hay personas que tienen que estar viajando todos los días para estar contactándose con sus clientes.
El mundo offline y online no son excluyentes, son dos formas de ser de la realidad. La idea de que lo virtual no es real es una falacia, o mejor dicho, no es tan acertada; en muchas ocasiones lo que sucede en el reino de lo cibernético se permea de forma abrupta en el mundo offline. Más que negar el vínculo existente entre lo real y lo virtual, mejor hay que pensar cómo se influyen mutuamente, y en este caso, cómo la nuevas formas de pensar, entender y vivir el tiempo y el espacio se extrapolan a la vida cotidiana que no tiene nada que ver con los chips y las cíber-redes.
Antropomedia
Email: exploramos@antropomedia.com
Referencias
- Ibáñez, T. (2001). Municiones para disidentes: Realidad-Verdad-Política. Barcelona: Gedisa Editorial.