¡Eureka! De repente pensamos que el conocimiento del mundo está en los objetos y los espacios privados, como si lo fuéramos a apreciar dentro de un receptáculo o caja en miniatura, es decir, en el interior de un espacio muy reducido que por sus propias particularidades contiene todas las verdades y aforismos del planeta. Por tanto, a partir de este marco de pensamiento, nos introducimos como eruditos en las bibliotecas, los libros, las hojas y las páginas para responder algunas de las preguntas del devenir cotidiano; y en caso de pretender ser científicos, nos adentramos en el mundo de los laboratorios, con todas sus probetas, tubos de ensayo, cámaras de seguridad, mediciones, reportes y estadísticas con el fin de hacer hablar a los “hechos mismos”.
Tenemos la idea de que para llegar a un conocimiento profundo debemos encerrarnos, es decir, ensimismarnos con nuestro objeto de estudio, y poco a poco, ir descubriéndolo para develar los misterios, fenómenos de la vida, o cualquier cuestionamiento que tengamos. Así, el sabio se constituye por lo micro-interior: es en la soledad, el espacio pequeño, el sedentarismo y la reclusión donde reconoceremos de forma válida lo ajeno. Ejemplos sobran, sólo hay que caminar por un laboratorio científico para ver este fenómeno: sus códigos de seguridad, sus cámaras de video, sus mil habitaciones con sus respectivas cautelas y todas las medidas de control del ambiente que los sujetos con bata blanca emplean, son un excelente indicio para estar de acuerdo que lo que producimos allí es un saber desde la lógica interior, controlada, y ficticia (en el sentido de que es construida minuciosamente por los que están en la situación experimental).
Especie de paradoja (interior vs. exterior). Dentro de este contexto contemplamos el estar encerrado (leyendo/experimentando) como una de las maneras más fidedignas para conocer la vida exterior. Hay quienes escriben sobre fenómenos sociales, filosóficos, políticos que abarcan a toda una sociedad sin haber salido nunca de su escritorio o laboratorio científico, los cuales, sabemos que son espacios sumamente controlados, y que en muchas ocasiones no todo lo que sucede allí tiene que ver con lo que ocurre afuera, en el acontecer habitual.
De hecho, mucho de lo que sobreviene y surge en la calle, en las cocinas, o en las tribus de África supera esta forma sedentaria de producir conocimiento. La vida cotidiana siempre tiene algo impredecible, que por más horas que lo hayamos pensado en nuestro escritorio o por más pruebas que realicemos en cuartos controlados a los sujetos “A”, “B” y “C”, es casi improbable que lo lleguemos a presagiar en su perfección. De alguna u otra manera, siempre está ese factor sorpresa que trascenderá todo intento de conocer el exterior desde el interior.
De tal manera, entrelíneas, la invitación está hecha: salgamos a la calle, a lo parques y a las selvas a conocer la realidad. Los laboratorios y los centros de investigación bibliográficos lo que logran es el control de las variables o elementos para producir un saber interesante y útil con una mirada situada y parcial en forma de caja, mas no universal. Por algo, numerosos filósofos no se conforman con estar sentados en el “Departamento de Filosofía”, al contrario, tratan de salir, de conocer caminando, de pensar haciendo, de estar en lo inmediato para comprender aquello que, semana tras semana, los inquieta en su cubículo. Resumiendo, la realidad no está hecha, la vamos construyendo por medio de nuestros actos, de modo que nuestro ojo epistemológico tiene que equipararse a éste, moviéndose desde el espacio interior al exterior, y viceversa.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com