Un tipo de pregunta “A”, es igual, a un tipo de respuesta “A”. Presupuesto básico (o debería ser) para todos aquellos que se dedican a la investigación, ya sea de mercados, académicas, científicas, sociales, o de cualquier índole. Ya lo había dicho Foucault, en todo ese compendio de páginas –enigmáticas para algunos- de su libro más valorado titulado “Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas”: la pregunta es lo que articula las palabras y las cosas (el saber), si no hay pregunta no hay nada. A lo que, estando sumamente de acuerdo, años después añadió Ibáñez: por supuesto, las preguntas solicitan o marcan un tipo de respuesta, si uno se cuestiona desde una interrogación corpuscular, obtendrá una serie de respuestas corpusculares; en cambio si se realiza una inquietud ondulatoria, la conclusión será de carácter ondulatorio.
En efecto, el conocimiento de la realidad no es independiente a la forma de acceder a ella, si se cambia el dispositivo de observación (entrevista, sociometría, encuesta, test, etc.) la conclusión del estudio será distinta. Y a pesar de que la ciencia pretenda, y haga creer a los demás, que sus metodologías, herramientas o técnicas (casi siempre estadísticas y cuantitativas) sean neutrales, es decir, que producen frutos engendrados desde la objetividad y la razón, cada método de investigación, por su forma de preguntar, genera un tipo respuesta diferente sobre el mundo, inclusive si éstos se aplican a un mismo fenómeno u objeto.
Por ejemplo, la inteligencia de una persona. Si se aplica un test psicométrico o examen, la respuesta que se obtendrá, seguramente, será un número o índice que se refiere al cociente intelectual. En este caso, la persona es reducida a una cifra que indica qué tan inteligente es o no es el individuo en relación a una norma; la comparación y el cúmulo de aciertos son los dos elementos que definen el saber del individuo en este tipo de cuestionamiento. Sin embargo, si el estudio se hace a través de la etnografía, el resultado se traducirá a una experiencia y un registro amplio de la inteligencia del sujeto. Aquí las descripciones densas redactadas en los diarios de campo permiten una comprensión en términos cualitativos de la capacidad del individuo, resaltando las formas diferentes, y no comprendidas por la mayoría, de pensar y resolver problemas impuestos por el entorno. La conclusión emerge de un texto moldeado por la relación investigador-investigado.
Juego de miradas y mediaciones: un número o una descripción; una etiqueta o un sumergimiento a la realidad cotidiana. Cada método (entendido como modo de preguntar) construye un conocimiento distinto sobre cualquier fenómeno u objeto que se quiera indagar. No hay que engañarse, toda mediación produce un saber específico. Habrá que tener cuidado cuando se está diseñando la guía de entrevista, o eligiendo si se hará sociometrías o netnografías, o si se incluirá en el estudio algunas experiencias mundanas que sólo se ven o aprecian en la calle. Cada decisión que se tome generará una respuesta diferente. La cuestión está en pensar profundamente cuáles son los objetivos de investigación, y por supuesto, los métodos más adecuados para llegar a éstos. Si se pretende encasillar al individuo para medir su rendimiento escolar, un examen o un test es lo más recomendable para logarlo; empero si lo que se desea es comprenderlo, la etnografía será la indicada ya que aportará un texto extenso que permita describirlo y entenderlo en su contexto.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Foucault, M. (1970). Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. México: Siglo XXI.
- Ibáñez, T. (2001). Municiones para disidentes: Realidad-Verdad-Política. Barcelona: Gedisa Editorial.