Dos figuras arquetípicas que nos regala Octavio Paz para re-pensar la realidad: el “caudillo” y el “tlatoani”. El primero es la figura hispanoárabe que tiene la capacidad de generar un mundo a su voluntad; de modo que su poder reside en la capacidad de intervenir abrupta y heroicamente; en fin, no sigue las leyes, hace las suyas. En cambio, el “tlatoani” representa la continuidad impersonal de la dominación, su pensamiento sacerdotal e institucional lo convierte en un sujeto que sólo sigue las leyes u órdenes que lo trascienden; su misión es reconocer y develar el lenguaje no-humano o estructural para conseguir el equilibrio u orden, o en palabras más técnicas, lograr la homeostasis social.
Sin embargo, de las dos figuras las más peligrosa, y posiblemente eficiente, es la del “tlatoani”. A diferencia del “caudillo”, este personaje se mueve en el terreno de lo subrepticio. Y por ende, los intereses individuales y humanos se ocultan, ya que trasladamos la responsabilidad de los actos (desde la lógica de lo impersonal) ya no a un agente o grupo de carne y hueso, que podemos identificar como el culpable de las decisiones tomadas por sus acciones e ideología, sino hacia un ser abstracto, no-humano y omnipresente que en muchas ocasiones llamamos “Dios”, “Madre Naturaleza”, “Ciencia” u “Organización”.
Cuestión que nos paraliza e imposibilita la resistencia inmediata. Si asumimos que la persona (o personas) que realizó la acción fue obligada o empujada por un sistema, voz del más allá o régimen, no podemos castigarla o impugnarla de su puesto. En realidad, las consecuencias catastróficas de sus actos no tienen nada que ver con sus intereses, ni con la forma en que éste desea construir el mundo, y por tanto, la responsabilidad flota: la eliminamos desde las organizaciones. El agente no es el culpable, sino un ente institucional que no podemos ubicar, ni sentenciar por trascender las leyes terrenales o humanas, al ser un fantasma discursivo e institucional construido por la colectividad.
Sin culpables, sin rastro humano de quién decidió cobrar intereses moratorios (Institución Educativa o Monetaria), cambiar la política de un Estado mediante un reforma (Congreso de la Nación), modificar las relaciones o modos de producción (Sistema Capitalista), o ingresar un producto nocivo para la salud humana (Empresa de Transgénicos), la dominación es más sencilla, a prueba de muchas formas de resistir. En cambio, cuando se actúa desde la figura del “caudillo”, la culpa es inherente al sujeto. El sobresalir ante todos creando leyes propias genera que la población vincule las acciones directamente con los intereses particulares del individuo. Entonces si a la colectividad le perjudica una decisión tomada por esta persona (que opera desde el caudillismo), la tarea más sencilla es ir contra él y destituirlo, junto con sus ideales y acciones anteriores.
Dicho todo esto, pensemos de qué manera somos gobernados bajo seres no-humanos: instituciones, normativas y sistemas. Estructuras que establecen las condiciones en las que vivimos, aprovechadas por ciertos individuos para regir a la mayoría desde lo impersonal, lo burocrático y a costa de un orden supremo que supuestamente está fuera de nuestro alcance y comprensión. La figura arquetípica del “tlatoani” es peligrosa, sigilosa y astuta. El fenómeno de la responsabilidad flotante nos concierne a todos. Habrá que comenzar a pensar cómo devolverle la agencia al sujeto o ciertos grupos humanos (sin radicalismos de corte psicologista e individualista), si pretendemos encauzar la forma de vida en la que nos encontramos; si no, lo único que nos queda es sentarnos a ver cómo una serie de normativas nos trascienden y rigen por un supuesto orden social que viene del más allá, es decir, de la nada.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Paz, O. (1994). El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta al laberinto de la soledad. México: Fondo de cultura económica.
- Feliu, J. (2004). Influencia, conformidad y obediencia. En T. Ibáñez (coord.). Introducción a la psicología social. Barcelona: Universidad Oberta de Catalunya (pp. 71-94).