Para Ibánez, las ideas de R. Rorty le generan una fuerte seducción pero, al mismo tiempo, una inevitable sospecha. Lo primero por sus supuestos pragmáticos en contra de la verdad única, la primacía del conocimiento, los absolutismos y la independencia de la realidad de las prácticas y discursos humanos. Para el filósofo norteamericano el mundo no es independiente de las justificaciones y descripciones que se refieren a éste, juntos son una entidad inter-relacional e interdependiente, de modo que no pueden separarse. Finalmente, tanto las palabras (definiciones) como las cosas (el exterior) definen la realidad en la que se vive desde un proceso continuo, entrelazado y dependiente del contexto.
Sospecha por su condición nacional. A partir de la aseveración de que la creación de los valores, significados y verdades son constituidos en y por las prácticas de un determinado lugar o región, Rorty es blanco de una crítica por ser oriundo de norteamerica, o en otras palabras, por pertenecer a una cultura consumista, desechable y utilitarista, y sobre todo, por la historia bélica y de dominación que caracteriza al personaje americano para imponerse a otras culturas. Mejor dicho, los argumentos que presenta Ibánez postulan que la teoría de Richard está impregnada de un pensamiento americano etnocentrista que le conviene que no exista una verdad única (para imponer la suya), y que la cultura tenga sentido desde lo funcional y útil (para vivir en la sociedad de consumo actual), entre otras cosas.
Sin embargo, dejando a un lado todas las sospechas y seducciones, hay un punto sumamente rescatable y valioso por la postura relativista, ética y de compromiso que asumen las ideas rortianas. De hecho, según el pragmatismo, la visión relativista hace más responsables a los involucrados de la situación actual en la que viven, ya que exige a las comunidades un compromiso más combativo que una visión realista que se caracteriza por ser normativa, supra-humana y disciplinaria.
La postura realista entume y paraliza cualquier propuesta distinta a la dominante o establecida. Si la realidad ya es y será de una manera independientemente de lo que se haga o diga de ella, las personas no pueden (ni podrán) hacer nada más que obedecer y seguir con el estilo de vida impuesto desde el más allá (suprahumana). En cambio, si se deduce la realidad como un producto de las acciones humanas en el devenir histórico, la situación depende totalmente de las colectividades, y en específico, de la manera en que éstas piensan y practican su vida. Así, los cambios son posibles, es cuestión de un movimiento colectivo-político que tome en cuenta lo que le conviene a todos y no sólo a algunos.
Por un lado, estabilidad y autonomía. Por otro, dependencia y movimiento. No se trata de elegir uno u otro, pensando que la posición epistemológica elegida es un reflejo de la realidad tal y como es (cuestión ontológica). Más bien, es una cuestión ética. Habrá que preguntarse, ¿qué conviene más para conseguir la emancipación social?, asumir que no se puede hacer nada por cambiar la situación, manteniendo así el statu quo actual, o pensar el mundo como resultante de nuestras acciones colectivas, y por ende, modificable desde un cambio en la vida cotidiana de las personas que sustenta la forma de pensarlo y vivirlo.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email:luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Ibáñez, T. (2001). Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política. Barcelona: Gedisa.
- Rorty, R. (1991). Objetividad, relativismo y verdad. Barcelona: Paidós.
