Dentro del cíber-mundo, por parte de las compañías y especialistas de marketing existen dos formas de comprender al sujeto que influye a los demás: por una banda está el “influencer”, y por otra el “conector”. La primera es la clásica concepción del individuo como un influyente de nacimiento (por sus características biológicas y psicológicas ya determinadas de antemano) o que ha aprendido, desarrollado y perfeccionado ciertas habilidades especiales que le permiten posicionarse, para ir, a pasos agigantados, modificando la conducta de quienes están a su alrededor. Por tanto, el centro de influencia se piensa únicamente en el sujeto, y para explicarlo, se recurre a argumentos dirigidos a la representación o descripción minuciosa del líder innato o influyente poderoso que sabe manipular. En síntesis, el origen está en la persona, se olvida el contexto.
El conector, al contrario, se piensa desde una lógica relacional (no individual); desde una concepción que metafóricamente mata al individuo para convertirlo en parte totalmente dependiente de un entramado socio-técnico de forma reticular. El influencer no es nadie (no influye), ya que depende totalmente de la ubicación que ocupa, la cual, es producto de las decisiones colectivas en términos de interacción y conexión por parte de la comunidad online. Entonces resulta que el foco se desvía: para reconocer la causa se debe mirar la red entera junto con los valores y significados que se comparten y valoran, y las acciones que realiza el sujeto más y mejor conectado en esta red (más sus efectos).
Sin embargo, dentro de las dos concepciones o figuras pareciera que la segunda responde mejor a la dinámica actual de participación y cooperación en Internet, en el cual, los consumidores ya pueden construir sus propios productos, y principalmente, participan en el debate que construye los símbolos y significados colectivos que rondan en los medios sociales.
En otras palabras, los influenciados nos son entes pasivos, atraídos por alguien esplendido, omnisciente y omnipresente sin capacidad de respuesta, al contrario, se caracterizan por ser activos, al grado que ellos son los que eligen, de manera inconsciente y colectiva, al conector al otorgarle lazos y vínculos. Si la dinámica cambia, el centro de influencia también, y por consiguiente, se comenzarán a valorar otros sitios y consumir otros contenidos que posiblemente le pertenecen a otro perfil.
En el mundo de los bits a mil por hora, hay que alejar la mirada de los específicos para enfocarse tanto en las estructuras cibernéticas que producen y permiten las relaciones de poder como en las acciones de los “influencers”, o mejor dicho, “conectores”. Si bien es cierto que es importante observar las actividades, expresiones y actitudes online del perfil que influye, es imprescindible ver el mapa de conexiones para estimar, acertadamente, porque un individuo está conectado, y por qué otros no. Al final, pensar la influencia de esta manera es una visión más relevante, precisa, apegada a las dinámicas actuales cibernéticas, que trata de observar el fenómeno en toda su complejidad.