En la academia, el sujeto moderno ha sido transgredido, difuminado y transformado en un ser posmoderno, líquido y esquizofrénico que se diluye en un mar de voces múltiples y tornadizas. En otras palabras, la discusión, poco a poco, ha comenzado a trazar la noción de “sujeto” desde otra perspectiva de índole no individualista: ya no es el ser racional con características propias, únicas y trascendentales que lo definen, sino un ente discursivo o narrativo, un producto de roles desempeñados, un personaje-guion teatral y una personalidad pastiche, es decir, un camaleón social que toma prestados retazos de identidad adecuándolos a las situaciones en las que está (Gergen en Revilla, 2003).
Ciertamente hemos relativizado el concepto “yo” radicalmente, delimitándolo como un producto de las interacciones y narraciones suscitadas dentro de una comunidad. Por dicha razón, la identidad no es más que todo lo que podemos decir de nuestra persona, las palabras juegan un papel transcendental en su construcción, al grado de que si no lo narramos no existe, o en palabras más precisas, no lo podemos reconocer. Para afirmar que somos tímidos debe haber una cantidad de historias que contemos para corroborar esta definición, además de la aceptación colectiva tanto del relato como de las características del personaje que estamos trazando (ser tímido).
Sin embargo, hay que reconocer que no es posible pensar una disolución total en el mundo actual, en realidad ha habido una confusión bastante grande acerca de estos postulados posmodernos. Que la identidad no sea un producto finito o dependiente de una esencia supra-humana, no quiere decir que sea indeterminada y amorfa, sino significa que es un proceso que mantiene y genera identidades reconocibles.
Empero, seamos cautos: esta nueva noción no obedece a una supuesta esencia, no hay vuelta o resurrección del sujeto moderno, más bien en el argumento anterior hay una recapacitación de la identidad actual: el sujeto posmoderno sí se materializa en una personalidad mediante elementos de anclaje, pero no hay que olvidar que esta materialización estriba totalmente de las relaciones y situaciones humanas (si las relaciones se modifican, las identidades también). Por tanto, desde aquí, conservamos el antiesencialismo pero negamos la disolución total del individuo.
Para Revilla (2003) los elementos que producen un anclaje en la identidad son el cuerpo, el nombre propio, la autoconciencia y la memoria y las demandas de la interacción. Nuestro cuerpo, en palabras del autor, expresa esa paradoja de que somos siempre los mismos y a la vez algo diferentes, así como en el cuento Borgeano “El Otro”, en donde los interlocutores son lo bastante parecidos para ser uno y distintos para ser dos. El nombre es la marca a la que nos aferramos para reconocernos. La memoria y autoconciencia nos sujetan a una historia o biografía determinada. Y la vida en sociedad demanda que seamos personas fiables (no cambiantes) para que nos reconozcan los demás.
Ahora, en Internet algunos de estos elementos se modifican pero, aun así, siguen teniendo un efecto de anclaje en la identidad. Veamos, el cuerpo lo construimos mediante imágenes o fotografías, y no por medio de organismos cálidos o cuerpos vivientes; inclusive, sin tener una dificultad nos es posible modificar y cuidar todo el tiempo nuestras imágenes que colgamos para construir una figura corporal muy distinta a la que portamos en la vida offline.
La demanda de la interacción depende de las características del medio social (no es lo mismo Twitter, Instagram y Facebook), y al mismo tiempo, de las reglas, requisitos y acuerdos que generamos en la red. Por otro lado, la memoria sufre una transformación: al fijarla ésta pierde ciertas cualidades móviles; la identidad permanece las 24 horas registrada en los canales online, solamente hay que buscar el historial y podremos ver quién es (cómo se presenta) la persona que nos agregó. El resultado dependerá de nuestra lectura y de la situación u horizonte (al estilo de Gadamer) que moldea las interpretaciones.
Finalmente, el nombre no sufre una gran transformación. En la vida online también podemos cambiarlo, aunque es conveniente decir que en el mundo online este hecho tiene menos repercusiones y es más rápido de realizar. En Internet no hay ni un aparato burocrático que regule los cambios de nombres propios, ni instancias gubernamentales y escolares que requieran sujetos que no lo estén modificando de la noche a la mañana.
Moraleja: ni disolución total, ni esencialismo. Para comprender la identidad actual pensemos en anclajes de identidad, y en este caso, cíber-anclajes.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Borges, J.L. (1975). El libro de arena. Debolsillo: Buenos Aires.
- Gergen, K.J. (1991). The saturated self: dilemmas of identity in contemporary life. New York: Basic Books.
- Goffman, E. (1959). The presentation of self in everyday life. Garden City: Doubleday Anchor Books.
- Revilla, J. C. (2003). Los anclajes de la identidad personal. Athenea Digital, 4, 54-67. Referencia. Disponible en http://antalya.uab.es/athenea/num4/revilla.pdf