Borges y sus mil enseñanzas filosóficas en forma de cuento, poema o relato. Ahora el turno es de “Mutaciones” y, en específico, del lazo, la cruz y la flecha. Tres objetos (o símbolos, depende de la manera en que uno los vea) que mutan con el paso de los años; de cierta forma éstos tienen vida dentro del tiempo, el cual, está compuesto, según el autor, de memorias que alteran y olvidos que borran cualquier significación impregnada en las ciudades, los objetos y las personas.
Vayamos por partes. La flecha hoy la vemos como un signo que indica hacia dónde ir. Los aeropuertos las utilizan en demasía, las explotan para guiar a los torpes entes (personas diría Goffman), que son transportados, revisados y vigilados tal como si fueran un producto, o en palabras de Foucault, un cuerpo dócil. También las carreteras están llenas de ellas, hecho extraño ya que pareciera que todo lo que el hombre construye requiere de instrucciones, algo que la vida no nos da en el momento de nacer.
Sin embargo, en épocas un poco menos modernas, por no decir medievales, este utensilio no producía solución alguna en el transporte, más bien aniquilaba al que la veía de frente, cuando venía a una velocidad vertiginosa directa al corazón. Especie de argumento no-lingúistico (prática), parte indispensable de un arma mortal que generó muchas tierras y riquezas a individuos bélicos como el vikingo Sigurdason. La solución no es trasladar sino dominar/eliminar.
La cruz, en cambio, hoy es inherente al panteón. Borges la inscribe en un cementerio del viejo Oeste, con los brazos curvos, ensanchados y rodeados por un círculo (cruz rúnica), dicen algunos que esto lo hacemos para para proteger y ahuyentar a los malos espíritus, y a la vez, ayudar al alma a emigrar a la otra vida. Sin embargo, antes fue una “maquina vil” que utilizaban las autoridades para crucificar individuos. Diferencia entre un mecanismo teológico de protección y un aparato de sufrimiento. La historia de Jesucristo las une, esa explicación la desconozco, supongo que está en la Biblia, o un texto relacionado.
El lazo, otra historia. En ocasiones, y más antes, éste se encuentra en el aire, buscando una presa que sujetar, ya sea para cazarlo, o simplemente para atraparlo. En otras, lo usan como un adorno, un insolente elemento de gala para el apero de los domingos. La mutación: de extensión del brazo a simple atavío estético.
Vaya escrito. Tres objetos, varias mutaciones, una reflexión (dentro de muchas). Las cosas adquieren significado dentro del entramado social, por sí mismas no dicen nada, su significado y usos dependen de las interacciones que las rodean. Ningún objeto incambiable o con un solo significado y uso, todas sus mutaciones imposibilitan la inalterabilidad. De hecho pensar las cosas desde una lógica de la estabilidad o inmutabilidad es eliminar el tiempo, y por ende, difuminar la historia, o en palabras más precisas, el acontecer de los símbolos y las cosas. Por algo, hoy vemos flechas y no nos asustamos, no las pensamos desde la óptica de la muerte.
Claro, esto no es definitivo, podemos transportarnos, y por ende, adquirir una nueva significación, reviviendo el símbolo histórico de la flecha como un arma mortal, siempre unida a su fiel acompañante que la impulsa: el arco. Como dice Borges, “nadie sabe en qué imágenes el porvenir traducirá estos utensilios”. Tal vez vuelva la flecha beligerante, o tal vez se convierta en una cosa que no podamos explicar en este momento, en el siglo XXI.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Borges, J. L. (1960). El hacedor. Debolsillo: Buenos Aires.
Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Francia: Gallimard.
