Incluir mediante la exclusión, es la máxima premisa disfrazada y muy bien encriptada, que sustentan las instituciones que encierran a una cantidad importante de individuos, considerándolos anormales, parias, diferentes o especiales (para decirlo de forma aceptable). El caso es que existe un paradoja eminente que rodea tanto a las cárceles como a los manicomios, los internados, los centros de salud, entre varios otros lugares de muros altos, vigilancia las veinticuatro horas y que llevan un registro continuo y escrupuloso en el que los detalles de quién entra y quién sale no son una cuestión menor.
Y parece que nadie se da cuenta, o al menos, no quieren ver que el argumento que legitima todos estos lugares es un gran y burdo eufemismo. En realidad, en estas instituciones hay mucho control, mucha vigilancia, mucho castigo, pero nula reinserción o inclusión. Pretender introducir, de nuevo, a un sujeto que lleva años en un lugar, habituado a las prácticas de castigo y recompensas que se suscitan allí, equipado de todo un ideal del exterior que se aleja totalmente a lo que realmente ocurre, y principalmente, ajeno a toda la dinámica actual que conlleva el estar en una ciudad y configurarse como ciudadano inserto en una lógica capitalista, resulta una utopía, una propuesta muy arriesgada o difícil de lograr.
Sin embargo, lo anterior no ha impedido que estos lugares se edifiquen con gran éxito en las sociedades actuales, simulando la solución óptima a la problemática de la delincuencia, de la locura y de cualquier otra conducta anormal que vaya en contra del orden impuesto en las sociedades occidentales. Cualquier delito, cualquier gesto extraño reiterado, es capturado, castigado y sometido a todo un trabajo físico y mental que produce que el ciudadano pase de ser “persona” a ser “cuerpo dócil”, de tener un “nombre” a denominarse con un “código”; en fin, de perder su estatus de “individuo con derechos” a ser un estigmatizado “delincuente/loco/enfermo/entre-otros”.
¿Cuál es la razón para que esto ocurra? Siguiendo a Foucault (1975) la respuesta es sencilla o, más bien, lógica. Mediante narraciones históricas y explicaciones teóricas en “Vigilar y Castigar”, el autor explica, detalladamente, que el surgimiento de la prisión no tiene que ver con un acto más humano, o con un orden social más científico, sino, más bien, está relacionado con el control y la dominación, es decir, con el perfeccionamiento de una tecnología de poder que en vez de matar al sujeto en una plaza pública (el suplicio), ahora lo introduce en una institución, o mejor dicho, en un dispositivo de examen, vigilancia y sanción que no sólo produce el control del cuerpo, también genera la producción de un sujeto dócil y útil para el sistema político-económico en el que se encuentra. Del cuerpo al alma, dice el autor; de eliminar el problema a trabajar con el individuo, modificando su conducta mediante una serie de prácticas y discursos introducidos no sólo en las cárceles, sino en toda la sociedad: escuelas, manicomios, entre otros.
Así, se encuentra la razón de ser de estos lugares. No se trata de resolver el problema, sino de modificarlo poco a poco, mediante todo un arsenal de profesiones/disciplinas (psicólogos, juristas, pedagogos, educadores, sociólogos) y ejercicios de castigo y mortificación. La cárcel no reinserta; entonces, clasifica, trabaja con los individuos, produce cuerpos delincuentes/locos/enfermos, genera una maquinaria de trabajo con capital humano, vigila y aísla al individuo.
Bajo el título de centro de readaptación, estas instituciones han logrado legitimarse ante la opinión pública y obtener el consentimiento colectivo (es un mal necesario). Sin embargo, viéndose bien, en realidad pueden lograr todo menos reinsertar; para alcanzar esto, por lo menos, nunca deberían excluir.
Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
- Foucault, M. (1975). Vigilar y Castigar: el nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI.