El orden del discurso (Parte III) 

Recapitulando: por un lado, principios externos que excluyen y marginan (Parte I); y por otro, principios internos que clasifican y ordenan el discurso (Parte II).

Recapitulando: por un lado, principios externos que excluyen y marginan (Parte I); y por otro, principios internos que clasifican y ordenan el discurso (Parte II). Ahora toca el turno de un tercer tipo que básicamente tiene la función de elegir quién ocupa una posición adecuada para enunciar un discurso, además de determinar las condiciones de su utilización e imponer a los sujetos un número de reglas para enunciarlo. 

Ergo, ya no se trata ni de excluirlos mediante dicotomías, ni de distribuirlos en marcos, disciplinas o autores, sino de pensar en ciertas exigencias que propician que no todas las regiones del discurso estén abiertas para todos, como si hubiera una restricción simbólica y física que no permite hablar a todos de un tema y delimita la forma y los momentos en que éste se enuncia. Enrarecimiento ya no del discurso en sí, sino de los sujetos que lo parlan. 

Empecemos. El “ritual” define la cualificación que deben poseer los individuos que hablan, es decir, delimita los gestos, los comportamientos, las circunstancias y todos los signos que acompañan al discurso. Si uno quiere hablar en público formalmente en un instituto académico, debe ser presentado por una colega, utilizar cierto lenguaje, llevar consigo un traje, expresarse de manera clara y fuerte, pararse recto, dirigirse al público y, en ciertas ocasiones, conceder la palabra al que levanta la mano. Se da una regulación de una serie de acciones por medio de convenciones sociales o sistemas simbólicos (ritual); si cambiamos de entorno o contexto, se modificará el ritual, y por ende, cambiarán las formas de entablar el discurso. 

Las “sociedades de discurso”, en cambio, su objetivo es conservar y producir discursos, pero para hacerlos circular en un espacio cerrado. Aunque paradójicamente el grupo desea la promulgación de éstos, simultáneamente busca que se haga en un espacio cuadriculado, controlado, en donde los oyentes pertenezcan a un grupo selecto y autorizado para memorizarlos y difundirlos con otros igualmente aptos para recibirlos; especie de elitismo. El secreto técnico que se da en la ciencia es un buen ejemplo de este tipo de principio en el siglo XXI, ¿cuántos libros utilizan un lenguaje encriptado que sólo los expertos pueden decodificar y entender?, ¿cómo funciona el fenómeno de la especialización? 

Inversamente a las sociedades del discurso, las “doctrinas” tienden a la difusión, la única condición es el reconocimiento de las mismas verdades por parte del grupo. La doctrina vincula a los individuos a ciertos tipos de enunciación y les prohíbe otros, y a la vez, se sirve de estos tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos (forma colectividades identitarias). Sumisión doble: la del individuo que emite un solo tipo de discurso, y la del discurso que está dirigido únicamente a un grupo de individuos. Romper el pacto es romper con la doctrina. 

Por último, está “la adecuación social del discurso”, tal como la educación, la cual, en palabras de Foucault, es una forma política de mantener o modificar la adecuación de los discursos con los saberes y poderes que la implican. Es ampliamente reconocido que los institutos están marcados por las distancias, las oposiciones y las luchas sociales. Educación de clase: cada universidad promueve una ideología, una forma de pensar al mundo distinta a otras que se muestran en otros espacios educativos. 

Ahora bien, es evidente que estos principios no son entes separados que no pueden tener una relación entre sí. Desde luego, se yuxtaponen o combinan unos con otros para reforzar la separación de los individuos discursivamente. En palabras de Foucault (1973), esto queda todavía más claro: 

“¿Qué es, después de todo, un sistema de enseñanza, sino una ritualización del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones para los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal cuando menos difuso; sino una distribución y una adecuación del discurso con sus poderes y saberes? (Foucault, 1973). 

En fin, sintetizando las tres partes (I, II y III), tres tipos de principios que nos indican que la libertad discursiva (pensada como el decir sin atadura) es ambigua o, en términos radicales, no existe. Lo que decimos y enunciamos sobre el mundo está normalizado, condicionado, distribuido, jerarquizado y aceptado/excluido por un conjunto de principios que regulan el decir/hacer. Sin embargo, si bien es cierto que estamos sometidos a este orden, y no podemos salir de él (aun tratándolo de explicar), tampoco es que exista una mente maquiavélica que los haya formado, y por ende, nos domine a su placer. Este orden se produce en el juego de las relaciones humanas, de prácticas/discursos socio-históricas y discontinuas que lo mantienen, avalan, o en su caso, transforman (tal como el autor de la Edad Media y el autor del siglo XXI que se encuentra en la parte II). 

Luis Jaime González Gil 

Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia  
 

Email: luijaime@antropomedia.com 

Referencias 

Foucault, M. (1973). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets. 

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