Siglo veintiuno, época de una dicotomía evidente a causa de los ordenadores. Con la llegada de Internet la dimensión espacial se ha separado, conceptualmente por supuesto, en dos formas o disposiciones muy distintas: el ciberespacio vs el espacio físico.
En una banda, se tiene el mundo de los objetos tangibles, ostensibles y empíricos, es decir, una distribución material que se comprueba más allá de la vista y el oído: con el tacto. Por eso en la obscuridad los sujetos utilizan sus manos y cuerpo para caminar, así reconocen y recuperan el espacio que se había extinguido, junto con las ondas electromagnéticas (luz) que, al interpretarlas, permitían observar y percibir el orden en el que se encontraban.
Y en la otra está el reino de los bits: un espacio digital/virtual engendrado desde toda una composición tecnológica, un universo creado en y por la luz (y el sonido); allí la percepción es meramente visual, y en ciertos casos, auditiva (el tacto no ayuda mucho), para estar ahí uno se tiene que asomar a la pantalla del aparato electrónico (ordenador) conectado por redes cibernéticas, o ponerse unos audífonos para escuchar lo que está ocurriendo dentro del dispositivo. Por tanto, sin la mediación tecnológica, que impide el tacto con lo que está más allá del monitor, estos sitios (comunidades online) no tienen posibilidad alguna de existir, no es posible cíber-poblarlos.
Sin embargo, a pesar de que en el lenguaje cotidiano y en algunos lugares académicos se piensen estas dos dimensiones desde lo dicotómico, en realidad tienen múltiples relaciones y conexiones que rompen esta separación binaria. Para Cristine Hine, Internet es un artefacto cultural, de modo que lo que pasa en el mundo físico moldea la realidad online. El cíber espacio es el producto de la cultura offline: son los esquemas de interpretación, los discursos y las prácticas sociales que ocurren fuera del ordenador las que conforman estas zonas regidas por la velocidad y la interconexión.
Castells, desde otra mirada, argumenta que la lógica de lo virtual está impregnada totalmente en el lado físico. Los lugares poco importan, ya que lo económico y político se regulan desde la superación del campo geográfico. Las nuevas tecnologías de información y comunicación producen que las estructuras de poder se materialicen desde la interconexión globalizada. Si bien los territorios son importantes, en buena medida han sido suplantados por una organización material de las prácticas sociales en tiempo compartido que funcionan a través de flujos. A la inversa de lo que diría Hine, aquí lo virtual regula lo offline.
Ni una ni otra. Conformación de lo virtual por lo real (Hine) y efectos del mundo cíber-interconectado en el físico (Castells). Se tiene que superar el pensamiento dicotómico para entender, desde lo simbólico, los modos en los que se presenta la disposición espacial actual. Por un lado, se tiene una herramienta u artefacto tecnológico derivado desde la cultura que se mueve en lo tangible, y por otro, un sitio geofísico que empapado del raciocinio de las cíberplazas-procesos. Más que exclusiones, interrelaciones. Hay espacios en los cíber-espacios, y viceversa: esta es la fórmula para estudiar las múltiples dimensiones del siglo XXI.
Por Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Castells, M. (1999). La Era de la Información. Vol. I: La Sociedad Red. México, Distrito Federal: Siglo XXI.
Hine, C. (2004). Etnografía virtual. Barcelona: UOC.