Una mirada desde Nietzsche acerca de la objetividad.
¿Qué es la objetividad? Saramago escribe en su famosa novela “Ensayo sobre la ceguera” que todos los humanos están ciegos, o mejor dicho, que son ciegos que pueden ver pero no miran. Y de esto se trata lo objetivo, diría cierta parte de la ciencia, de superar el mundo de las apariencias desde una óptica profunda, que no sólo pase el ojo de forma abrupta, sino que se detenga sobria y pausadamente a observarlo para conocerlo y retratarlo desde su naturaleza intrínseca o esencia misma.
Resultado de esta idea: la construcción de una mirada positivista, amparada por el tribunal de los hechos: la verdad se refleja o alcanza desde las pupilas científicas, es decir, empíricas, detalladas y puras que se basan única y exclusivamente en los hechos, y no en sensaciones o deducciones previas a la observación o experimentación. Los sentimientos o aprioris se dejan a un lado, y lo que queda es un acto racional que supera el error, la miopía y los espejismos, para encontrar, en definitiva, la realidad (causa y efectos) en su estado puro y sin tergiversaciones. Realismo puro.
Empero, a todo esto, Nietzsche tiene su sospecha, y sobre todo, un contraargumento que golpea como un martillo feroz y atroz. Según él, este ojo realista que pretende comprender la realidad tal como lo hace una cámara fotográfica (la refleja), es sólo una forma de conocer, originada por la pulsión de la conservación de la especie, y sobre todo, por una pasión obscura y un sentimiento de lejanía; sólo eso. En sus palabras:
Vosotros, hombres sobrios, que os sentís bien armados contra la pasión y lo fantasioso y a los que os gustaría considerar vuestro vacío como un motivo de orgullo y un adorno, os llamáis a vosotros mismos realistas y dais a entender que el mundo está constituido realmente como a vosotros os parece que está […] Vuestra sobriedad sigue teniendo asimilada una ebriedad secreta e insuprimible. Vuestro amor por ejemplo, oh qué viejo y viejísimo es ese amor (Nietzsche, 2001).
Lo objetivo es sólo una manera de posicionarse para observar el mundo igual de pasional que otras. Si el romanticismo trata de acercarse a las cosas para sentirlas y conocerlas, perdiéndose en ellas como cualquier enamorado, el realismo es lo inverso: una sobriedad distante que se caracteriza por alejarse de lo que está observando, pero esto no significa que no surja de una pasión obscura de ausencia, y de una mirada que también es afectada por un juego de perspectivas, es decir, de un ojo que nunca alcanza a abarcar todo lo que acontece. Ya lo decía Foucault: entre las palabras y las cosas siempre hay un resquicio, una brecha impenetrable discursivamente, lo cual genera que la verdad sea un producto histórico, colectivo, dependiente de las relaciones humanas de poder y saber.
Al final, siguiendo la línea foucaultiana, todo se reduce a posiciones discursivas y visuales. La objetividad es sólo una forma de observar sobriamente las cosas para controlar, medir y deducir la naturaleza a partir del no involucramiento; no obstante, es igual de válido comprenderla o sentirla desde otro lado. Por ejemplo, mediante un lente romántico que la comprenda y sienta cercanamente, viviendo lo que se pretende explicar para producir una empatía entre el sujeto y el mundo.
Por Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Foucault, M. (1970). Las palabras y las cosas: una arqueología del saber. México: Siglo XXI.
Ibáñez, T. (2005). Contra la dominación: variaciones sobre la salvaje exigencia de libertad que borta del relativismo y de las consonancias entre Castoriadis, Foucault, Rorty y Serres. Barcelona: Gedisa.
Nietzsche, F. (2001). La gaya ciencia. México: Akal.
Saramago, J. (1995). Ensayo sobre la ceguera. México: Punto de Lectura.