Un crítica al lenguaje absolutista de las ciencias sociales
Según Gergen, no todo lo que habita en nuestro lenguaje (o por ende: nuestro mundo) tiene una base ostensible en la cual encarnarse o descansar visiblemente. Un ejemplo sencillo: si uno dice “gato”, y alguien le pregunta ¿qué es eso, no tengo ni la menor idea?, el recurso más sencillo para hacerle entender lo que es un felino, indudablemente es ir una granja de animales, identificar y tomar al animal para enseñárselo diciendo “esto, amigo mío, es un gato”. De cierta forma la palabra gato tiene un recurso palpable que uno puede tocar, oler, saborear, es decir, hacerlo presente mediante nuestros sentidos.
Ahora bien, imaginemos que si en vez de decir “gato”, de nuestra boca surgen las palabras “reinserción”, “amor”, “enojo”, “cultura”, “justicia”, “bien” o “mal”. En estos casos es muy difícil que encontremos un objeto, ente o cosa para demostrar a qué nos estamos refiriendo; incluso podríamos arrancarle el corazón a alguien, o siendo menos drásticos, ir por un corazón a un depósito médico para imitar el ejemplo del gato, sin embargo, nuestro recurso sería un fracaso: el corazón es un órgano muscular, pero por sí solo no puede definir qué es el amor, ya que solamente es un símbolo convencional que utilizamos.
En este sentido, tanto este sentimiento (por llamarlo de alguna manera) como las otras palabras que recién comentamos, son palabras originadas en y por el discurso, es decir construcciones lingüísticas que para explicarlas necesitamos de otras palabras, y así hasta el infinito.
¿Qué efecto produce esto en el mundo social, y específicamente, en la academia? Sin un objeto tangible que nos permita sentar las bases, estas palabras tienden a volar proliferadamente, son polisemánticas ya que no tienen una estructura material que las aterrice o defina con precisión [1]. Dicho de otro modo, estas construcciones lingüísticas las interpretamos según nuestro contexto de formas muy distintas, al grado que en ocasiones el “bien” tiene que ver con preservar la vida y en otras con aniquilar la vida de nuestros supuestos enemigos. Toda una sobreproducción de ambigüedad que, pese a que nos sorprenda, de repente son los conceptos más utilizados por los científicos sociales y la academia (sociedad, cultura, factores sociales, justicia, discurso, entre otros).
Entrando en el tema, Latour comenta que lo que ocurre en la academia con estos términos es que producen reportes con respuestas ambiguas que no dejan claro qué es lo que produce el fenómeno, es decir, qué actores (actantes) son los que generan que exista cualquier problemática: pobreza, relaciones de poder, entre otros. De hecho, como científicos sociales, si cada que escribimos conclusiones argumentamos frases como “los factores sociales hicieron que el sujeto delinquiera”, “las personas tienden a obedecer por los factores sociales que los rodean”, “la sociedad determina a las personas”, en realidad no explicamos nada, sólo estamos dibujando un imaginario simbólico en el lector en donde los factores sociales son todo y nada a la vez, y en especial, los trazamos como fantasmas que por voluntad intervienen en la realidad, sin la mediación de un agente.
Ojo. No se trata de que vayamos en contra de estas palabras, el propósito de este escrito no es eliminarlas del habla cotidiana o científico, son necesarias para explicar ciertos fenómenos no visibles o palpables. Sin embargo, caer en absolutismos o utilizarlas como recursos explicativos o metáforas sobreusadas -que funcionan como comodines- sólo genera confusiones, es decir, argumentos vagos que no dan una respuesta concreta y detallada, ni involucran profundamente a todos los actantes (humanos y objetos) que participan en el fenómeno. Abusar de estas palabras, como lo dice Saramago, las convierte en:
“Una palabra que, como todas las demás, sólo con otras palabras puede ser explicada, pero, como las palabras que intentan explicar, lo consigan o no, tienen, a su vez, que ser explicadas, nuestro discurso avanzará sin rumbo, alternará, como por maldición, el error con la certeza, sin dejar ver lo que está bien de lo que está mal”.
En suma, para evitar esto, cada vez que utilicemos una categoría abstracta en nuestras conclusiones pensemos si en realidad explica o contribuye a aclarar la situación estudiada, y sobre todo, tratemos de ser minuciosos y descriptivos en nuestras elucidaciones, ya que el lenguaje, como dice Latour, es el laboratorio de las ciencias sociales.
Por Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Gergen, K. (2007). Construccionismo social: aportes para el debate y la práctica. Bogotá: Uniandes-Ceso.
Latour, B. (2008). Reensambar lo social: una introducción de la teoría del actor red. Buenos Aires: Manantial.
Saramago, J. (2008). El viaje del elefante. México: Punto de Lectura.