Facebook e Instagram: simulacros 

Show time. Es tiempo del espectáculo diría Debord, es momento de manipular, de coeditar y de coproducir al ser.

Facebook e instagram desde la mirada de Baudrillard. 

Show time. Es tiempo del espectáculo diría Debord, es momento de manipular, de coeditar y de coproducir al ser. Todo esto lentamente, bajo toda precaución, no vaya a ser que la edición de nuestro perfil no nos salga bien, y resulte así más perjudicial que benéfica, al grado que digamos “la foto que subí y filtré en Instagram me salió al revés de lo que deseaba o pretendía”. 

Es justo decir que vivimos en un mundo de plástico, o más bien, una cíber-realidad un tanto híbrida que permite la construcción, deconstrucción y reconstrucción de perfiles online en función a un objetivo: darnos a conocer desde una figura deseada. Se trata de crear espectáculo, de construir una visión del mundo manipulada y deforme que se ha prolifera e instaura como representación del mundo real (fuera de ese esquema). 

Por alguna razón, ciertos antropólogos comentan que Facebook, Twitter, y toda la amalgama de redes o medios sociales son una especie de altares (estructuras destinadas al culto religioso), en los cuales, la ofrenda ya no es hacia un muerto o un Dios; el homenaje, paradójicamente, lo dirigimos hacia nosotros mismos: las fotos y publicaciones son un auto-ofrecimiento que alimenta nuestra “yo” ficticio o virtual. 

Si tomamos a Baudrillard podríamos decir que todo esto tiene que ver con una virtualización del yo (y el mundo que habita). La realidad ha sido invadida y reemplazada por un simulacro que la extingue y da paso a una hiperrealidad: un mundo simbólico en donde distinguir entre lo verdadero y lo falso, la realidad y la ficción se hace imposible, tanto la verdad como la realidad desaparecen, ya que hay una generación de modelos de un real sin origen. 

Desde Facebook podemos pensar esto que dice el autor a partir de la fabricación de los perfiles: emulan una figura de lo que somos que resulta más de un deseo mediatizado por el consumo y los medios de comunicación y la idea de los cuerpos como mecanismos de seducción, que de una visión fuera de este paradigma (real). De hecho, las fotografías que subimos las editamos, moldeamos y escogemos selectivamente para re-presentar una figura de deseo muy estructurada, sin resquicios o quiebres. Y además, los momentos que colgamos también tienden a mostrar nuestro deseable (lo que queremos mostrar a los demás): instantes agradables, de diversión, de triunfo, de éxito o distracción; dejando al olvido los amargos, tristes o complejos. 

Así, el mundo hiperreal está más vivo que nunca. El deseo mediático está moldeando un lugar en donde hay copias sin original, o dicho con otras palabras, en el que confundimos el signo y el sentido, de modo que los cíber-perfiles suplantan a las personas de carne y hueso, volviéndose más reales que éstas (producen un mayor efecto en las relaciones). Toda una especie de egocentrismo simbólico que busca la cíber-aceptación colectiva: somos imágenes-mercancías que se edifican para compartirse u obtener el dichoso y más anhelado botón del siglo XXI: “el like”. 

Ojalá que no nos pase como a Borges -en su escrito Borges y yo- cuando ya no sabía quién era el que escribía: él o su imagen construida desde su figura mediática o literaria. Sólo que en este caso no es un escritor el doble, sino nuestra representación online, esa que tanto pulimos, alimentamos y cuidamos todos los días. 

“Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro… 

No sé cuál de los dos escribe esta página” (Borges, 1960). 

Por Luis Jaime González Gil 

Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia  

Email: luisjaime@antropomedia.com 

Referencias 

  • Baudrillard, J. (1978). Cultura y Simulacro, Barcelona: Kairós. 
     
  • Borges, J. L. (1960). El hacedor. Buenos Aires: Emecé. 
     
  • Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Editorial Pre-textos. Valencia 
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