La noción de autor desde Foucault.
En pleno siglo veintiuno el nombre de autor es casi ubicuo. Se le ve cuando en las portadas de los libros, en las referencias teatrales, en las nominaciones de pintores reconocidos o esculturas impecables que nos llaman la atención… Y también se le aprecia en las academias, cuando éste brota de las bocas de los intelectuales para remembrar a filósofos, científicos y/o matemáticos que corroboran lo que se está argumentando, o al menos, le da un carácter de debate a la exposición pedagógica o presentación de tesis; toda una artimaña retórica.
Un elemento que sale a la vista en todos estos ejemplos enunciados, es la característica de propiedad que se le otorga. Básicamente el nombre de autor se utiliza para bautizar y apropiarse de ideas, esculturas, pinturas, libros, edificios, pensamientos, sistemas, etcétera. No es un nombre propio común, ni una persona de carne y hueso, sino una etiqueta que representa el proceso de usurpación de la realidad, conteniéndola en el territorio comercial del sujeto más vivo: el que patenta las cosas o el que escribió/pintó/diseñó primero la obra. En seco, el autor trasciende por su uso comercial.
Sin embargo, esto no siempre fue igual. Según Foucault, los textos, los libros, los discursos comenzaron a tener autores en la medida que podía éstos podía ser castigados, es decir, en la medida en que los discursos podían ser transgresores; en fin, surgió para identificar, era un mecanismo de visibilidad, censura y castigo. De hecho, fue hasta finales del siglo XVIII y siglo XIX cuando se instauró el régimen que se conoce, más o menos, actualmente: el de la propiedad de los textos, junto con las relaciones autores-editores y derechos de producción.
Entonces, si se le mira desde estas implicaciones colectivas (comercial o de control), el autor va más allá de la persona de carne y hueso, y de la obra en sí misma. El escritor o artista no importan, no interesan, sino el efecto que tienen cuando se les denominan como autores, es decir, la función social que ejerce su nombre en un marco colectivo. Como diría Foucault, el autor no se sitúa en el terreno de los nombres propios, “la función-autor es pues característica del modo de existencia, de circulación y del funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad”.
Por ejemplo, el efecto de verdad que genera la simple enunciación del autor en la ciencia y la literatura.
Según Foucault, antes los relatos, cuentos y epopeyas eran recibidos y valorizados sin que se planteara el nombre del autor, su anonimato no presentaba dificultades. Y por otro lado, los textos que ahora llamamos científicos, relativos a la cosmología, a la medicina, no llevaban en sí valor de verdad, sino a condición de estar marcados con un nombre (Plinio dijo…).
Ahora se invirtieron las cosas: los discursos literarios sólo son aceptados si llevan el nombre de autor: siempre se pregunta de dónde viene, quién lo escribió, en qué fecha y en qué circunstancias para determinar su validez. Y en el campo científico, el autor sólo sirve a lo sumo para bautizar un teorema, una proposición, un cuerpo, un síndrome patológico, no más; ya no produce que un texto sea verdadero, como lo hacía antes.
Tanto la aparición como la desaparición del nombre generan que los textos sean verdaderos o válidos, éste deja de nominar o etiquetar a un individuo, simplemente ejerce una función de verdad. De tal manera que el autor como función tiene una importancia radical en la conformación y perpetuación de un tipo de sociedad: valida qué discursos son verdaderos y cuáles no, qué discursos le pertenecen a las personas, y por ende, permite un tipo de distribución: editoriales, oradores, artículos académicos, entre otros.
Finalmente, el nombre de autor puede pensarse, siguiendo la cronología foucaultiana, como un mecanismo de control que ha mutado del castigo medieval a la guerra comercial-capitalista; cuestión que no significa que se haya eliminado la función represiva. En internet, por ejemplo, identificar al autor de tuits funciona para exponer a los sujetos, castigarlos, de una u otra manera la cuenta sirve para espiar a las personas desde su voluntad (castigo post-medieval). Pero también permite que los individuos se apoderen de dominios web para presentar escritos en modalidad blog, el cual, les posibilita adueñarse de las ideas y párrafos tecleados por sus dedos con fines comerciales.
Por Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Foucault, M. (2010) ¿Qué es un autor? Buenos Aires: El Cuenco de Plata.