De la disolución al yo anclado: demandas de la interacción 

En estos tiempos "posmodernos", uno ya no necesita explicar a profundidad para hacerle entender al receptor que la identidad es un flujo, un devenir constante que no puede fijarse o establecerse de manera definitiva. Por tanto, el “yo” ya no lo concebimos como una esencia o producto terminado para trazarlo desde lo líquido, lo fluido, producto de las narraciones.

El yo anclado como concepto para entender la identidad. 

En estos tiempos “posmodernos”, uno ya no necesita explicar a profundidad para hacerle entender al receptor que la identidad es un flujo, un devenir constante que no puede fijarse o establecerse de manera definitiva. Por tanto, el “yo” ya no lo concebimos como una esencia o producto terminado para trazarlo desde lo líquido, lo fluido, producto de las narraciones. La esencia se difumina; ergo, la interacción toma importancia: sin ella la persona no es nadie, sólo un costal de carne y hueso, sin identidad propia tanto individual como colectiva. 

Sin embargo, no todo es disolución radical o tajante, no se trata de relativizar hasta pulverizar la identidad, quedándose sin nada o con un ente desparramado que no permite a las manos analíticas (del investigador o teórico de las ciencias sociales) llegar a percibir cómo las personas se presentan en sociedad, al estilo goffmaniano. 

Repensemos, entonces. El yo se necesita anclar de vez en cuando para que exista una posibilidad de interacción con los otros. Como dice Revilla, la vida en sociedad exige que los individuos seamos de algún modo personas fiables, que se hagan responsables de su actuación. De suerte que la identidad debe entenderse como una garantía de la continuidad de la persona, y en este sentido, cualquiera que se acerque a la persona sabrá a qué atenerse (Habermas, 1988). 

Hay una constante demanda en la interacción que nos obliga a posicionarnos, anclarnos o definirnos coherentemente (en la medida de lo posible) frente al otro; tratamos de ser persona-personaje, es decir, un sujeto reconocido por los demás. De hecho, la coordinación del baile o compás cotidiano, esto es, las conversaciones y reuniones entre personas, necesita de que cada quien tome su lugar, si no se produce un enigma colectivo, que termina en el reino de la incomprensión y las acciones disparatadas o sin sentido, al menos en ese contexto. 

Más aún, la misma demanda tiene sus mecanismos de refuerzo (compensación y sanción) que se activan la mayoría del tiempo. Tal como en una coreografía, en la vida cotidiana se premian e infraccionan las formas de ser-actuar. Verbigracia: si uno cambia de identidad cada tres minutos, o grita en la calle cada que siente un impulso, lo más seguro es que vendrá una sanción por parte de la comunidad: encierro y medicamento forzado en un psiquiátrico, ya que fue sentenciado, después de una serie de estudios, como un ser con un “trastorno bipolar I, episodio más reciente hipomaníaco”. 

Cuestión que no sólo es una sanción que termina siendo ajena a la identidad o yo del individuo, sino que construye su misma identidad; por eso cuando una persona no se posiciona de la forma esperada por el grupo, no sólo ha de reparar el daño o imagen para recuperar su posición de interactuante moral, sino que ha de enfrentarse a la difamación de su yo que se deriva de su pasada actuación incorrecta. (Goffman, 1971). 

Ahora bien, en Internet la coherencia del yo requiere mayor compromiso por la casi totalizante cualidad visible de los perfiles. Al materializarse todas las imágenes, acciones, comentarios y publicaciones, la persona va construyendo una figura de su persona que está visible para los otros las 24 horas. En este sentido, el yo procura anclarse de forma coherente, y para eso, Facebook ha sido muy inteligente: permite que las personas tengan el control de las etiquetas que suben los demás, así si alguien cometió un desliz que lo desancla con su identidad anterior, puede no agregar la imagen a su perfil, e incluso reportar el hecho a Facebook para que destierre esa publicación de este nuevo reino de carácter virtual. Los anclajes en Internet pueden llegar a tener más repercusión de difamación, por eso la preocupación actual del Cíber-Bullying o la repercusión de las acciones no deseadas por una sociedad cuando se cuelgan en la web. 

Tanto para entender el yo offline como la identidad online, se les debe pensar no como supuestas esencias pero tampoco como océanos disueltos o magmas incomprensibles, sino, más bien, como productos de la interacción que se cosifican en ciertos periodos, se anclan desde la demanda de la interacción diría Revilla, o dicho en términos virtuales, se materializan en cíber-datos textuales y audiovisuales, datos que son producto de las prácticas de los web-actores, o séase, de la acción humana.   

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