Internet no sólo conecta a las personas, también margina a otras.
En tiempos donde el individuo único y original es lo más sacralizado y el consumo, poco a poco, no sólo se ha centralizado en el uso privado, desechable y autónomo, sino también genera que las relaciones humanas comiencen a estar mediadas mediante la tecnología…, el “otro/de-carne-y-hueso” ha sido desdeñado en cierto grado, a pesar de estar ahí todo el tiempo. Se encuentra a un lado mientras estamos conversando en el autobús por chat con un contenido digital, o en el mismo caso, allá a unos kilómetros de distancia física, sólo que en esta ocasión se nos presenta como un texto o audio, lo cual, da la sensación que uno no habla con personas, sólo con celulares o palabras que se encuentran dentro de la lógica racional (y a veces afectiva) del “visto”, “palomita”, “doble palomita” o “palomita azul”.
No es que no haya relación. No es que seamos ya seres no conectados. De ninguna manera, la cuestión es que las relaciones están transformándose por el advenimiento de la tecnología y la lógica neoliberal capitalista, al grado que lo que nos importa, o se nos ha vuelto importante, ya no es el “otro” más próximo como el vecino, más bien los seres-mails, seres-chats o seres-Social-Media. Estas personas que vamos descubriendo y conociendo a través de la Red; personajes virtuales que pueden volverse físicos, los cuales, es probable que compartan con nosotros el consumo individualista radical y tecnológico que se encuentra en la oferta del mercado.
Bien lo dice Bioy Casares, en su novela La invención de Morel, la ciencia (que podemos traducir a tecnología o Internet), se ha enfocado en contrarrestar las distancias espacio-temporales. Las invenciones actuales son medios de alcance y retención. Son una forma de atrapar a los demás, de hacer presente simbólicamente el mundo que deseamos o la burbuja que vamos consolidando, cristalizándolo todo en un espacio online.
De modo que si lo que nos importa más es el otro que no está con nosotros, el de un lado pierde relevancia, e incluso, en algunos casos, existe sólo como ausencia. No hay vínculo de presencia porque, parafraseando a Cortázar, si pensamos que la relación la podemos representar como un puente, es decir, un vínculo que conecta a dos puntos para superar un abismo, en realidad estos puentes no son significativos o presentes en nuestra vida. Desde luego, un puente no se sostiene de un solo lado (en el caso de que uno si esté considerando al otro) y menos de ningún lado (en el caso de que ninguno se esté tomando en consideración). El otro, así, se queda allá después del abismo, sin puente, sin posibilidad de conexión con nuestro ser.
Cuidado. Cero radicalismos. No es que actualmente no exista relación física alguna, el presente escrito no afirma esto, es una cuestión más compleja. Si bien es cierto que Internet genera que estemos híper-conectados, que podamos establecer relaciones con nuestros seres queridos a pesar de la distancia geográfica y que conozcamos personas físicamente gracias a este medio cibernético, también es cierto que como recientemente han encontrado los científicos sociales de Facebook (http://bit.ly/elartículo), esta realidad o medio social promueve una burbuja ideológica que se desprende de ciertos tipos de relación de índole individual, y en efecto, el olvido del que se encuentra un lado -ajeno a la tecnología-, personaje que no conocemos, ni pretendemos conocer. Habrá qué pensar: sí, lo online ha abierto una nueva posibilidad de híper-conexión, de relación con otros, pero veamos la cara inversa: a quién estamos olvidando, quién está siendo marginado por esta lógica online neoliberal.
Por Luis Jaime González Gil
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia
Email: luisjaime@antropomedia.com
Referencias
Bioy Casares, A. (2012). La invención de Morel. Madrid: Alianza editorial.
Cortázar, J. (1963). Rayuela. México: Punto de Lectura.