Internet, ¿espacio de integración o marginación? 

Pareciera que como funcionan las sociedades occidentales, actualmente se necesita la figura del otro para co-existir: el monstruo que atormenta, el delincuente que transgrede el orden social, el extranjero o foráneo que no desea ningún citadino en su territorio, el enemigo de la nación, el loco que decidió, por causas ajenas o intencionales, irse del mundo de la razón, etc., etc., etc. 

Una reflexión sobre el papel de Internet en el pensamiento dicotómico (afuero/adentro), y por consiguiente, la marginación del “otro”. 

Pareciera que como funcionan las sociedades occidentales, actualmente se necesita la figura del otro para co-existir: el monstruo que atormenta, el delincuente que transgrede el orden social, el extranjero o foráneo que no desea ningún citadino en su territorio, el enemigo de la nación, el loco que decidió, por causas ajenas o intencionales, irse del mundo de la razón, etc., etc., etc. 

Son binomios que se originan desde lo opuesto: adentro y afuera; razón y locura, mismidad y otredad; ciudadano y delincuente; persona y monstruo; y así se podría seguir disparando contrarios al por mayor. Total, desde este punto epistémico-político, nuestro pensamiento y la forma de organizarnos se fundan desde lo “dicotómico”, una especie de inercia colectiva e inconsciente que produce dos lados: el que se encuentra en la normalidad-incluido, y el que está en la dimensión anormal-marginado. 

Ahora bien, esta estructura mental tiene una repercusión más profunda de la que aparenta supuestamente: no solamente separa las cosas, ideas, espacios e individuos, no funciona sólo para ordenar la ciudad como una maqueta partida en dos bandas, sino que simultáneamente construye el orden social en el que operan las comunidades actuales. Performa la realidad diría Butler, le da su forma, arquitectura, textura, sabor, o en términos más concretos, permite que la ciudad se estructure en casas que delimitan lo público y lo privado, fomenta un tipo de relación entre las personas desde el marco de la legalidad (no la ilegalidad), al grado que posibilita ciertas prácticas y castiga o imposibilita otras. 

De hecho, si se extrapola la idea anterior a un ejemplo penitenciario, se llegaría a la conclusión de que para esta forma de pensar/vivir (en el que hay una cárcel castigadora y un marco jurídico) que se sustenta en la idea abstracta de un contrato social producido por el vínculo Estado-Pueblo, es necesario a un sujeto externo para construir un mundo interior. Más claro, como lo dice García-Bores, junto con todo su equipo de investigación: 

“El delito y el delincuente permiten a aquellos que se sitúan en el espacio de la normalidad seguir acomodándose confortablemente en este espacio. La figura del delincuente es socialmente necesaria dado que permite no cuestionar las reglas sobre la estructura social. Sin el delincuente nos encontramos desnudos ante el espejo de nuestra construcción del orden social.”  

Del mismo modo, es posible re-pensar el mundo cibernético. En realidad, como toda creación humana fundada desde esta estructura mental, Internet no  puede desprenderse de esta lógica de contrarios. Primero porque es un servicio que hasta ahora no se ha creado para todos, está dirigido a ciertos grupos con capital monetario y conocimiento tecnológico, lo cual, de entrada, ya excluye a un montón de perfiles o clases sociales. 

Y segundo, por los medios sociales que funcionan desde la inclusión y exclusión de perfiles cibernéticos. Las políticas de privacidad y seguridad permiten que las personas sigan re-afirmando los modos de relación cerrados y herméticos que predominan en su vida cotidiana offline. Además, si alguien está en su comunidad online y, tal como un delincuente, transgrede los códigos morales que se cargan y defienden a capa y espada, o las políticas del medio social (Facebook), es excluido desde la eliminación de la cuenta, el bloqueo o la eliminación de la lista de amigos. Destierro parecido al que acontecía en la Edad Media, sólo que aquí se mata (elimina) al perfil, no a la persona. 

Sin embargo, algo está cambiando. Las fronteras se comienzan a desbaratar, o mejor dicho, se han hecho más grandes (ya caben más personas en nuestra red cercana), de modo que las barreras sólidas comienzan a diluirse un poco, a tomar la forma de la liga, esa que se estira y se hace un poco más grande. Y todo ha sido por el uso humano que se le ha dado a los diferentes canales en Internet, junto al desarrollo tecnológico que permite mayor alcance y  rapidez para que las personas conozcan nuevos perfiles. 

De hecho, muchos individuos utilizan Internet no para cerrar y reforzar sus círculos sociales, sino para producir una apertura. Tinder es el ejemplo más vivo, se utiliza para conocer gente, aunque siga predominando un poco, desde la estructura de la misma app, una dicotomía producida por el deseo del cuerpo-imagen: el me gusta (quiero conocerlo) y el pasar (no quiero conocerlo). 

Internet está haciendo un poco más grandes los contenedores. Hay que ver si en un futuro logra romper o resignificar el esquema adentro y fuera, posibilitando más espacios de comunión híbridos que funcionen desde la apertura y el cambio constante de integrantes. Cuestión difícil, ya que no depende solamente de la posibilidad de conexiones infinitas que permite la red, sino de las prácticas humanas que, hasta ahora, siguen estando situadas desde las dicotomías que marginan al otro no deseado. 

Luis Jaime González Gil 
Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia  
 

Email: luisjaime@antropomedia.com 

  
Autor de la Imagen: https://www.flickr.com/photos/rennoib/ 

Referencias 

  • Butler, J. (1990). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. México: Paidós, 2001. 
  • Garcia-Borés, J., Pujol, J., Cagigós, M., Medina, J.C. y Sánchez, J. (1995). Los no-delincuentes. Cómo los ciudadanos entienden la criminalidad. Barcelona: Fundación la Caixa. 
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