Una explicación del surgimiento del nuevo botón de Facebook desde la experiencia de usuario y el uso humano
En el terreno online la arquitectura tiene vida propia, es un actor más en este lugar rizomático en donde habita una amalgama de seres: spider, bots y humanos traducidos a perfiles que detallan y editan su figura desde una idea fija y narcisista. Desde luego, tanto los elementos que la componen como su estructura y diseño fungen como puertas a otros sitios desde el hipervínculo o, al menos, tienen un movimiento propio (banners) que produce que uno piense que la pared online es un espectacular electrónico de calle, ese ensamblaje de metal que casi nadie ve por ir concentrado en el tránsito vehicular.
El botón, parte de este aparato arquitectónico, no es la excepción a este argumento inicial; sólo es cuestión de analizar Facebook. Dentro de esta plaza pública/privada es posible percatarse que los botones “me gusta” y “compartir” funcionan como palancas que activan un montón de sensaciones y pensamientos entre los cíber-implicados, trascendiendo en ciertas ocasiones la pantalla (noviazgos, enemistades, etc.). Incluso, muchas veces la conexión humana únicamente se genera mediante este tipo de gesto virtual: cuántas personas no se han conocido únicamente en Internet, y su interacción se ha resumido en un montón de likes o shares, y nada más. Es una especie de neolengua Orwelliana en la pareciera que se busca reducir el lenguaje y encontrar lo principios básicos de la comunicación (al menos cibernética).
Sin embargo, no hay que pensar la arquitectura, y en este caso a los botones, como actores dominantes o gestos que funcionan como aforismos, sin lugar a la duda o la interpelación. Los usuarios dentro de su marco arquitectónico juegan un poco con los elementos que ofrecen los sitios web, y los resignifican a su modo; algunas veces es de forma silenciosa (cuando utilizan el like sarcásticamente), y otras a gritos, por eso hay una especie de ola de quejas hacia Zuckemberg para que ponga el botón de “no me gusta”.
Resistencias o desviaciones que tienen un efecto. De hecho, la forma de significar estos gestos virtuales (botones) surge del intercambio, es decir, de los mismos usuarios y no de la idea del arquitecto o diseñador web (de repente el like no significa like, sino ironía, palmadas, aplausos, o no me gusta). Y como consecuencia, a gran escala, todos estos emplazamientos de significado generan que los mismos arquitectos de las ágoras virtuales tengan que tomarlos en cuenta, y hacer cambios a la estructura y elementos de la aqruitectura web, para que continúe teniendo éxito su canal por permitir la sociabilidad orgánica.
Esto es lo que pasó con el nuevo pronunciamiento de Mark Zuckemberg acerca de un nuevo botón “empatía” (http://bit.ly/empatiaboton). Las miles o millones de prácticas online que se suscitaron en Facebook cuando se utilizaba el “me gusta”, le mostraron al equipo de Facebook que se requería de un botón de empatía para que los usuarios mostraran, de forma más clara, lo que sienten cuando ven una publicación acerca de la guerra de Siria, una noticia lamentable, o un sentimiento negativo de algún nodo conectado por la pérdida de algún familiar, fracaso o problema moral. No es lo mismo decir, “estoy contigo”, “lamentable”, al muy utilizado y ultrajado “me gusta”.
Así, por el mismo comportamiento de los usuarios, se tendrá un nuevo actor en los medios sociales: “la empatía”. Habrá que ver cómo se lo apropian las personas y de qué manera este espacio online adquiere nuevas formas de interactuar, y por ende, nuevas re-significaciones, sensaciones y efectos en las relaciones humanas mediadas por ordenadores.