Una reflexión sobre el discurso a favor de la transparencia.
Suena majestuosamente una onda discursiva producto de un malestar colectivo. Se dice que se ha profanado la “sagrada transparencia”, esto es, que se pretende atentar contra la libertad de expresión y velar los procesos políticos (presupuestos, acciones y planes gubernamentales). Por consecuencia: se forma una masa de palabras cibernéticas conformada por una cantidad exhorbitante de tuits que se disparan a quemarropa, y una proliferación de debates en Facebook, en donde todos se ponen la máscara del experto, del sabio, del opina-todo. En términos de Agamben, se ha profanado lo sagrado, se le ha bajado del pedestal de los dioses, y no queda más remedio que defenderla con el cuchillo entre dientes, para ponerla de nuevo en su lugar no humano.
Calma, diría Byung Chul Han. Lo transparente no siempre es la panacea o conveniente para todos. Hablar de ella y defenderla teniendo en mente solo la corrupción y a la libertad de expresión es igual a desconocer su envergadura subrepticia. La lógica transparente no sólo se reduce a que las personas puedan decir lo que quieran y que los gobiernos muestren en detalle todas sus acciones, también tiene su lado perverso, es decir, el de la obscenidad, el cálculo veloz, la vigilancia y el consumo.
Se necesita una profunda reflexión sobre las implicaciones de esta “categoría sagrada”. De hecho, el sistema social hoy somete la mayoría de sus procesos a una coacción de transparencia para hacerlos operacionales y acelerarlos. A la sociedad transparente el secreto, la distancia y la privacidad le incomodan, le son un problema u obstáculo para la aceleración de los ciclos. Las cosas y las personas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, y por ende, se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información.
La lógica Social Media es un ejemplo de ello: la voluntad de Facebook -y compañía- es volver la realidad transparente, o como diría Baudrillard, transformarla en un ente obsceno, pornográfico, sin enigma alguno. De hecho, si se pudieran ver y analizar los datos de Facebook, Google y Uber al mismo tiempo, se vislumbrarían, sin ningún impedimento, las relaciones (con quién se conecta), las búsquedas (qué le interesa) y los movimientos (a dónde va) de una población; se haría, de cierta forma, transparente la vida cotidiana de ese conjunto de individuos.
El mundo, así, es un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades. Los canales online desnudan la realidad, y no dejan espacio para la tensión del aparecer, porque los perfiles viven bajo la exigencia libre “de la transparencia, de la confesión pública, de la pose, de los filtros de Instagram, de de la liquidación del misterio de no saber” (González, 2015).
Surgimiento de un sistema de dispositivos neoliberales de cálculo: la transparencia digital es una pornografía de la voluntad y los deseos en pro del mercado. Esta hiper-iluminación maximiza la eficiencia económica, al grado que el perfil transparente es el nuevo morador, un hombre inserto dentro de un panóptico descentralizado que no lo controla, sino que lo direcciona desde el espejismo de la libertad a contar su vida, por no decir, desnudarla, hacerla transparente y pública, y por ende, calculable en términos de consumo.
Sin embargo, todo esto exige dos preguntas que cuestionan lo anterior.
Si se asume, contradiciendo al autor, que toda visibilidad oculta un dimensión, o que toda publicación esconde una realidad no publicable: ¿qué oculta este mundo transparente?, y ¿qué no se publica en este juego pornográfico digital?
Parece que en las respuestas están las resistencias a la transparencia desbordada.
Antropomedia
Email: exploramos@antropomedia.com
Referencias
Baudrillard, J. (2000). Las estrategias fatales,. Barcelona: Anagrama.
Chul Han, Byung. (2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.
González, L. (2015). De lo obsceno y lo descarado en la escena actual. En El Estado Mental. Pensamiento. 8/09/2015