Una reflexión sobre el sujeto autoexplotado que ha mutado al proyecto.
La noción de sujeto se ha quedado corta, o mejor dicho, empolvada entre los conceptos que se refieren a una época disciplinaria foucaultiana. De hecho, aunque hablar de sujeto permite entender las coacciones fundadas dentro de las instituciones escolares, penitenciarias, militares, entre otras, fuera de estos lugares el término no es tan certero para describir las nuevas formas de subjetividad producidas por el ensamblaje tecnológico y social actual. Esto es: toda la urdimbre técnica-social compuesta por dispositivos tecnológicos (alias smartphones, tablets, laptops).
En términos específicos, lo que ocurre es que la libertad se ha convertido en un mecanismo de poder. El sujeto deja de existir como algo acabado, rutinario y moldeado definitivamente, para traducirse en un proyecto inacabado que no nunca se siente pleno de sí. Mirada siempre hacia el futuro; el presente y el pasado estorban, a no ser que permitan la optimización del proyecto. Así, la persona se libera de las coacciones disciplinarias, ya no está sujeta a un mecanismo disciplinario, pero desarrolla otras en forma de rendimiento, optimización y explotación de sí mismo. Al final, más libertad significa más coacción, y el tema del emprendurismo es el mejor ejemplo de ello.
La persona cliché que como disco rayado se autonombra “CEO fundador y director general”, en realidad está auto-sometido en pro de su proyecto. Vive subordinado a la idea del éxito y a un horario híbrido, al grado que no sólo trabaja ocho horas como los sujetos disciplinarios que iban a las fábricas de Ford, sino que ahora le dedica a su trabajo las horas que sean necesarias, todo en nombre de las susodichas frases “soy mi propio jefe” y “trabajo en mi propio sueño”. Percepción falaz: el jefe no es él, sino su proyecto que requiere que esté optimizándose infinitamente y que su rendimiento esté a la altura de la alta competencia del mercado neoliberal.
Aunado a esto, los dispositivos permiten que la oficina ya no sea tan física, y sea más simbólica. Las obligaciones laborales del emprendedor ya no están delimitadas sólo dentro de un perímetro de 25X25 metros, ahora están también en su casa, en su cuarto, en su cama, en la cocina, o en la vacación en la que se encuentra. No es casual que con una sola llamada, mail o mensaje por Whatsapp, Facebook Chat (y las infinitas variaciones), el dueño de su vida (el emprendedor o CEO) debe dejar lo que está haciendo, incluso si se encuentra disfrutando la playa, para irse directo a su computadora a trabajar, o en el caso extremo, regresar a su oficina o a la del cliente a solucionar el problema. Especie de monitoreo incesante y omnipresente en pro del éxito y el alto rendimiento. No hay excusa, chamba es chamba, y más cuando uno es “su propio jefe”.
Como dice Byung Chul Han, el sujeto se transforma en un proyecto por sí mismo. La susodicha libertad se vuelve un manto de coacciones subrepticias e incluso más presentes. La empresa se carga todo el tiempo en el celular o móvil, y la vida cotidiana, esa donde reinaba el ocio y el tiempo libre, se vuelve un posible campo de trabajo. Incluso las reuniones con amigos o familiares se vuelven una cita más, un momento anotado en la agenda cibernética moldeable, ya que se modifica como la bolsa de valores: depende de las circunstancias del proyecto laboral y de las necesidades del cliente; si el proyecto llama las amistades esperan.
Antropomedia
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Referencias
Byung-Chul Han (2012). En el enjambre. Barcelona: Herder.