Internet y los no lugares 

Marc Augé, antropólogo, en un pequeño y maravilloso libro, nos habla de la antropología de lo cercano, esto es, de la antropología que surge a finales del siglo XX, no de la curiosidad por analizar las ciudades, o por un hartazgo de la antropología por su objeto de estudio (las tribus y culturas exóticas), más bien por el fenómeno de la sobremodernidad: un momento histórico, cultural y social en el que existe un exceso en el tiempo, el espacio y el individuo: las distancias se han acortado, los grandes relatos modernos han caído de modo que la historia se ha multiplicado y las ciudades se ha vuelto extrañas por sus tintes individualistas. 

Una reflexión de la posibilidad analítica que brinda el concepto no lugar en tiempos cibernéticos. 

Marc Augé, antropólogo, en un pequeño y maravilloso libro, nos habla de la antropología de lo cercano, esto es, de la antropología que surge a finales del siglo XX, no de la curiosidad por analizar las ciudades, o por un hartazgo de la antropología por su objeto de estudio (las tribus y culturas exóticas), más bien por el fenómeno de la sobremodernidad: un momento histórico, cultural y social en el que existe un exceso en el tiempo, el espacio y el individuo: las distancias se han acortado, los grandes relatos modernos han caído de modo que la historia se ha multiplicado y las ciudades se ha vuelto extrañas por sus tintes individualistas. 

Es dentro de este contexto que el autor propone para analizar esta realidad sobremoderna el concepto de “no lugar”. Para el autor, los no lugares son los lugares de situaciones inestables y tránsito ininterrumpido, allí donde el encuentro con el otro es casual, infinito, e inesperado. En concreto, son las autopistas, los aeropuertos, las áreas de descanso, los andenes, las salas de espera, el supermercado; todos espacios en el que falta una raíz profunda de identidad, en donde podemos ir a hacer cualquier acción sin cruzar palabra alguna con las personas, o hacerlo sólo en términos de beneficio (pedir el precio de un aparato). 

A diferencia de estos, la antropología de lo lejano siempre había estudiado los lugares: esos espacios de la ciudad cargados de identidad e historia, donde los itinerarios individuales se cruzan y se mezclan, donde se intercambian palabras y la soledad se olvida. Ahí es donde las personas entablan interacciones significativas con los otros, y por ende, el lugar es una raíz de afinidades compartidas e identidad colectiva arraigada. 

Sin embargo, esta dicotomía no es absoluta, sino interrelacional. No hay lugares por un lado y no lugares por otro. Un mismo lugar puede ser un no lugar y un lugar, dependiendo del uso humano, esto es, del andar y el estar. Como lo dice Auge, el lugar no queda nunca completamente borrado y el no lugar no se cumple nunca totalmente, son espacios donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y de la relación. 

Ahora bien, después de varias décadas, esta exposición conceptual permite ir más allá, para que entendamos a Internet de dos formas: 1) como una plataforma que permite la exposición y la construcción exacerbada del no lugar. Y por otro, 2) como un conjunto de plazas pública virtuales que adquieren esta dos formas de ser: la del lugar y la del no lugar. Expliquemos: 

Internet, en primer lugar, contribuye a la reproducción del no lugar. A partir de los medios sociales se facilita la significación y conceptualización de los espacios desde el tránsito, desde el signo vacío o meramente instrumental en pro de un narcisismo. El lugar se vuelve, únicamente, una imagen a compartir para resaltar el yo, un archivo png o jpg, un producto de photoshop, perdiendo así toda la carga de histórica y relación identitaria profunda.  

El monumento al holocausto en Berlín es un claro ejemplo: a pesar de ser construido para hacer memoria de un evento inhumano con una atmósfera incomoda y confusa, podemos encontrar cómo hay un montón de turistas que cuelgan sus fotos en sus medios sociales desde la lógica turística, esto es, la lógica del no lugar. Se trata de transitar, registrar desde el celular el yo y mostrarlo en el muro. El monumento pierde todas sus cualidades de memoria, y se convierte así en un lugar de tránsito, en un lugar cliché que sirve de prueba de la conquista mundial del individuo. 

Por otro lado, en cuanto a Internet como un espacio de lugares y no lugares, es posible que pensemos cómo el espacio cibernético adquiere dimensiones reales. De modo que Facebook, por ejemplo, puede ser un lugar cuando las personas transitan en él desde la construcción de conexiones profundas que trascienden el tiempo y la misma pantalla; y también un no lugar, cuando se utiliza sólo para mirar a los demás, hacer una compra o buscar alguna dirección sin contacto alguno con nuestros seguidores, o mejor dicho, amigos. 

Así podríamos pensar a Amazon como un no lugar, o a Tinder como un lugar. Sin embargo, más que utilizar el concepto de forma nominativa, tal como una etiqueta, lo importante es pensarla como una cuestión explicativa que permite entender las relaciones humanas, y sobre todo, los cruces que hay entre las plazas públicas virtuales y los espacios físicos, por no decir reales. Es allí donde tiene una capacidad analítica importante el concepto en estos tiempos donde los online y lo offline se cruzan y se intervienen. 

Antropomedia 

Email: exploramos@antropomedia.com 

Referencias 

Augé, M. (1993). Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología sobre la modernidad. Barcelona: Gedisa. 

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