Sobre el acto de señalar el comportamiento de otras personas usando medios sociales como Facebook, Twitter o YouTube.
El cotilleo o señalar al prójimo hablando sobre sus acciones, es un acto (y me refiero a la palabra “acto” entendiéndola como “actuación” dentro del topos lingüístico teatral) que permite que los humanos nos vinculemos con nuestra sociedad inmediata por medio del lenguaje y como sustituto del contacto físico, en contraste a como lo hacen los grandes simios al acicalarse unos a otros usando sus manos; este es el principal postulado del antropólogo y psicólogo evolutivo Robin Dunbar en su obra Grooming, Gossip, and the Evolution of Language. En otras palabras, nos gusta chismear sobre otras personas porque al hacerlo nos acercamos a nuestra comunidad inmediata, facilitando también la sensación de sentirnos parte de la sociedad.
Basándose en el Triángulo dramático de Karpman (1968), existen tres roles fundamentales que las personas solemos performar al chismear sobre otros:
a) El rol de víctima.
b) El de persecutor.
c) El de socorrista o rescatador.
Cada vez que alguna persona expone los actos de otra usando medios sociales como Facebook, YouTube o Twitter, este triángulo dramático reúne las piezas más importantes que necesita para existir. El público participativo aplaude la puesta en escena de esta obra dramática que perfectamente pudiera llamarse “La sociedad”. Una obra que tiene la particularidad de que desde que existe ha sido interactiva e interdependiente, nunca un monólogo. Facebook es el escenario, pero el spot de luz lo dirige una extraña combinación entre algoritmos y usuarios.
En Guadalajara alguien descubre el video de un profesor haciendo comentarios violentos y misóginos y decide señalarlo en medios sociales; sin darse cuenta, acaba de hacer un llamado a casting para un nuevo acto llamado #LordPrepa10, en donde miles de usuarios de Social Media están ansiosos de interpretar el rol de víctimas que, como suele suceder, es el rol que cuesta menos trabajo representar. Los rescatadores, como en todos los buenos cuentos, llegan hasta el final y son, ni más ni menos, otra serie de actores digitales que se encargan de aclarar que el video del maestro está fuera de contexto y que, paradójicamente, él solo estaba haciendo una actuación para recrear los contextos de violencia que pueden existir dentro de los hogares.
Los franceses llaman «mise en abyme», o puesta en abismo, al proceso narrativo que consiste en imbricar una narración dentro de otra. El acto de señalar o exponer a una persona a través de medios digitales para que sus actos sean visibles ante los otros, es una puesta en abismo (o una obra dentro de una obra) cuyo telón no se bajará hasta que sus propios protagonistas estén listos para el próximo gran acto.
¿Qué papel voy a interpretar en los próximos episodios de esta interminable obra teatral llamada “La sociedad”? Antes de señalar o exponer a alguien, vale la pena hacerse esta pregunta. Si te decides por interpretar el rol de “la víctima”, toma en cuenta que es habitual que estos roles se intercambien o “switcheen” en un abrir y cerrar de ojos y que no siempre se tiene la oportunidad de ser llamados por un casting.
Como en todo teatro, para entrar hay un precio que se debe pagar en la taquilla, y en estos casos el precio a pagar es la atención; un precio demasiado caro (diría que invaluable) pues es un recurso muy escaso para un entorno ya acostumbrado a la abundancia de estímulos que compiten por ella. Los humanos no tenemos otro recurso más valioso y más escaso que nuestra atención, por algo en inglés se dice “pay attention” (paga con tu atención), en lugar de decir “pon atención”, como decimos en castellano.