Los medios sociales como Instagram, TikTok y Facebook se inundan con contenidos en los que los usuarios muestran, con o sin intención, sus cuevas. Hace diez mil años, y a sus formas, otras personas también encontraban la inspiración dentro de sus cuevas.
La famosa Cueva de la manos, ubicada en la actual Argentina, es un conjunto de cuevas cuya particularidad son las “pinturas” rupestres que dibujan siluetas de manos y de momentos de cacería. Especialistas han concluido que el conjunto de cuevas perteneció, en diferentes periodos, a tres diferentes culturas de las que al menos dos de ellas las usaron como refugio durante las épocas en las que era más difícil sobrevivir (Bartlett, 2015).
¿Qué habrá detonado hace miles de años que un grupo de personas guardadas en cuevas durante momentos difíciles hayan “innovado” y dejado un patrimonio artístico invaluable? La respuesta, pensamos, es lo que significa la cueva misma.
La cueva representa (raspando su significado con las palabras de Gilbert Durand en su obra Las estructuras antropológicas del imaginario) una parte del régimen nocturno del imaginario, la copa en el tárot, la morada, la choza, la vuelta al vientre; es decir, la cueva significa la casa desde una perspectiva mística, arquetípica y profundamente ancestral.
La transición en la representación de la cueva a la casa pudo haber ocurrido, de acuerdo a Eco (1968), cuando los humanos de las cavernas descubrieron que las cuevas pueden tener diferentes formas de existencia; lo que derivó en que, lo que antes era forzosamente un espacio pétreo, cóncavo y oscuro, ahora podía ser incluso lo opuesto: una estructura abierta, rectangular formada por troncos, plantas… así comenzarían también a surgir las abstracciones de la cueva.
Para el mitólogo Joseph Campbell, el internamiento en la caverna profunda y la eventual prueba que viene inmediatamente después, son estaciones del viaje que todo héroe debe atravesar. Vamos a repetir eso último: que todo héroe debe atravesar. Ambas son estaciones anteriores al estado de iluminación, a la revelación, a la trascendencia de planos.
El internamiento en la caverna profunda son Pinocho y Job dentro de la ballena, Jesús sepultado, la cueva de One-Eyed Willy para los Goonies, Quetzalcóatl en el inframundo, Bruce Wayne en The Dark Knight Rises escalando la cueva de la que es prisionero, Kanon de Géminis en la cueva del Cabo Sunion, Alegría o Joy (de la película de Disney Inside Out) en el abismo del olvido. Es un temazcal ardiente, que desespera, que quema y asusta porque es oscuro e inexplicable.
La cueva se transforma así en un espacio infinito que reta al héroe a lidiar con sus miedos más profundos, no por nada en la cueva se libra una batalla decisiva contra el dragón que la habita, el Barlog para Gandalf, los murciélagos para Bruce Wayne.
Pero hay buenas noticias, o como dice Eduardo Caccia en su columna de hoy para Reforma: posibilidades. Después de la máxima prueba en la cueva viene también la máxima recompensa, el premio mayor, la revelación o la sanación del trauma. Tal y como los Goonies encuentran el tesoro pirata, Joy descubre la importancia de Sadness, Luke Skywalker obtiene los planos de la Death Star, San Pedro obtiene su libertad por parte del ángel, Aladdin encuentra la lámpara maravillosa, Siddhārtha Gautama la iluminación, Simba comprende su destino al platicar con su padre, Takezō se vuelve Musashi, y Jesús resucita de entre los muertos.
Así pues, muy querido lector, a nombre de todas las personas que formamos Antropomedia, te invitamos a que durante estos tiempos de crisis y pandemia permanezcas en tu casa, en tu cueva. Ten estas ideas en mente porque si esta es una historia que se ha repetido a lo largo de los siglos, en estos tiempos no debería tener otro desenlace.
Te deseamos el triunfo en la batalla decisiva que muchos aún no han librado y te insistimos de nuevo: quédate en tu cueva ¡es un buen lugar para innovar!